Yo hablaría de la ciudad que nos va sucediendo, esta ciudad
derrapando hacia qué cielos/suelos del porvenir: esos pedazos postindustriales
de Cuatrovientos en crisis permanente, los raperos del ferrocarril bailando la
contrapasión de los chicos mayores que tendrán que marchar, el relumbre de los
geranios que aún trabajan en Flores del Sil, las depresiones que caen de los
tilos de la calle Ancha, las frutas y canciones que no se venden en la plaza de
Abastos, las merceras del casco antiguo que silban al mediodía contra las patrañas
municipales,
hablaría, claro está, de la argentina que tras la barra del
gastrobar toca el infinito de Borges, y el puente de los Faraones ahogándose en
las imaginaciones de los gitanos, las rendijas siniestras de los comercios de
la avenida de la Puebla ,
esos patios ahumados del barrio de la Placa donde nunca llueve, las madres
concepcionistas que dan cuerda a la calle del Reloj, los discursos
antirracistas de las calles del Hierro y del Wólfram, los pájaros que barren
las podredumbres del parque del Plantío,
de todo lo que en ella late de malestar y rebeldía, esta ciudad
con sus agujeros neocatólicos y neomasónicos, con sus asambleas de gatas mulatas
en el parque del Temple, y las políticas populares y socialistas que hacen
aguas al chocar contra los bárbaros de la periferia, esos barrios que perrean
contra el sur, los vértigos de la tienda donde compro el pan, la triste historia
del taller de bicicletas que a partir del lunes descansará en el cementerio de
los talleres de bicicletas,
porque al fin y al cabo uno escribe para que no nos
desahucien la ciudad esos cabrones, ya me entienden, para que no se
descuarticen esos rincones donde aún respira la poesía, escribe uno y seguirá escribiendo
porque no queda más remedio que sacar el revólver de la lengua y disparar,
desde este café lleno de gritos, nubes y literatura frente al mar,
desde este café de Enrique Gil, enormísimo romántico, peregrino del río Rin que fue... y en los anocheceres del estío será esta ciudad (pongamos que hablaría de Ponferrada) un largo y cálido sueño faulkneriano, y vuestro barrio, que es el mío, amadísimos lectores, a esa hora en que cae el sol rojo por sus tabernas y azoteas, será un inmenso poema social.
desde este café de Enrique Gil, enormísimo romántico, peregrino del río Rin que fue... y en los anocheceres del estío será esta ciudad (pongamos que hablaría de Ponferrada) un largo y cálido sueño faulkneriano, y vuestro barrio, que es el mío, amadísimos lectores, a esa hora en que cae el sol rojo por sus tabernas y azoteas, será un inmenso poema social.