PUEBLO


    Llevamos un pueblo dentro, aún no lo hemos perdido. Y aquí estamos, al pie de una de las montañas más bellas del noroeste del mundo.

    No han cantado el amanecer los gallos. Tampoco se han oído las esquilas del ganado. Y en verdad que ha sido desasosegante ese temprano silencio invernal.

    Hemos pasado la mañana viendo pasar los pájaros de la nieve, las aguas del río Luna, los ángeles de la calma fingida... Y gente que sueña con las minas de carbón, gente que comenta en las esquinas “todavía estamos en el mapa”, gente que araña el aire y desprecia los discursos gubernamentales... 

   Hemos paseado la mañana oyendo las blasfemias de los perros, las quejas de los árboles acongojados, el aullido de los demonios de las praderas sin auroras... Y gente que a la puerta de la panadería balbucea la crítica de la economía de la corrupción, gente que hiere las paredes de la iglesia con nombres y números difuntos, gente que a la sombra de los bares habla de paisanos en pena siempre perseguidos... Aquí está, entre otras cosas, la política.

     Llevamos el pueblo dentro y todo el mundo aquí fue pobre y está volviendo al miedo de ser pobre una vez más. Habrá gente que no tendrá dónde caerse muerta.

    Y aunque agria ha sido la luz de esta mañana, hemos ido descubriendo el ánimo de esas mujeres que arrancan con violencia las últimas berzas de sus huertos. Y ese anciano como un farol moribundo que ha cruzado la calle rezongando “¡No nevara de una puta vez!” No sé, hay que bajar a tientas a los sótanos de estos hombres y comprobar el frío que ocultan. Es difícil, amigos, ponerles el nombre exacto a las cosas que en el pueblo están brotando.


    Llevamos un pueblo dentro y le ha rugido la mañana entre las manos. Siempre es igual aquí el invierno. Y aun así será el presente demasiado largo. Huyen como corzas las putas metáforas que podrían revelar con precisión su agonía económica y existencial. ¿Y por esa carretera antaño sombreada de chopos habrá de pasar un día no lejano una explosión de hambre?

    ¡Y para qué contar la soledad de los caballos y el pánico de los mastines! El discurso del rey no ha sido recibido con agrado. Casi todo el pueblo se ha sumido en la desesperanza. Los resignados repiten en voz alta que para ir al infierno no hace falta cambiar de lugar ni de postura. En cambio los más alocados se atreven a hablar de cómo asaltar un banco. Y tanta gente cuyas bocas no osan formular las preguntas más sencillas. Aquí está, entre otras muchas cosas, la política esencial.


    Palidece este pueblo de diciembre. Y se encienden ya las chimeneas y las sombras virgilianas descienden presurosas de las cumbres. Literatura clásica, al fin. Pero se me olvidaba deciros que había otros hombres en el bar que preconizaban y aun deseaban una guerra.

    Y aquí estamos, esperando el fin del año, al pie de una de las montañas más bellas del noroeste del mundo.


OTRO CUENTO DE INVIERNO


     
     Están ahí sentados, en el muro que bordea la bahía. ¡Si tuvieran la suerte de que el premio gordo de la lotería les tocase...! Los amigos de la adolescencia, las borracheras y los conciertos musicales hace tiempo que desaparecieron. El trabajo de taxista en esta ciudad todavía les da para vivir... Pero a ella esos ansiolíticos que le ha prescrito el psiquiatra la dejan toda la tarde como sonámbula. 


     Hay un barco que quiere amarrar, y seguirá intentándolo hasta la medianoche... Y él vuelve a decirle que el invierno será duro. Ella tendrá entonces que dejar de asistir a las clases de baile. Y enciende otro cigarrillo. La felicidad podría quebrarse en cualquier momento. Y el viaje que tenían planeado estas navidades, tres días en París, una noche paseando por los muelles del Sena... Pero ni una sola lágrima habrán de derramar.


       La bruma sigue descendiendo sobre el Pajariel y el oeste de la ciudad desapareciendo... Su pelo azabache, y esa luz que desprenden sus ojos: Quédate así, le ordena él, y le enseña luego la fotografía. Todavía es pronto para lamentarse de lo que han perdido. Y eso que los malos rollos hace tiempo que los han arrojado por la borda. No nos quitarán las ilusiones, piensa ella con tristeza. Y al viejo que les ha comprado un piso en la avenida de la Libertad tendrán que ir a verlo antes de que termine el año, no se encuentra mal en ese asilo para enfermos mentales. 


      La marea está subiendo, pero se oyen lejanos los gritos de una juerga allá en Flores del Sil... Prende él su primer canuto de la tarde, y el humo de la marihuana le trae recuerdos de sus desfases eróticos ahí en la bahía, de cuando ella trabajaba en una gestoría de seguros...

      Se ha hecho tarde ya, y ella le resume a él lo que ha leído esa misma mañana en el periódico: que el jodido invierno será largo para todos nosotros, y que desde el punto de vista astronómico sus cielos estarán dominados por la presencia de Marte y Júpiter tras la puesta de Sol. Lo último que podríamos hacer en este puto mundo, le dispara él, es lamerles el culo a quienes detentan una mierda de poder... ¿Vamos a ir al cine o no?, le pregunta ella. Una fina llovizna comienza a caer. El hobbit puede esperar.



       Camino ya de casa, va ella imaginando cómo follarán en su estrecho dormitorio con vistas a un callejón. A punto está de decirle a él que durante unas horas esa noche todos los pájaros estarán muertos, porque así lo dicta la ley del solsticio de invierno. Y entran en uno de los bares más concurridos del barrio, y ahí vislumbran entonces el hermoso residuo de las experiencias... Tendrán que acostumbrarse a vivir en la casa del invierno.



CALIGRAFÍAS DE LA NIEBLA


     Como auténticos anarquistas de la imaginación hemos saludado el regreso de la niebla. Todavía mantenemos bien alto ese placer septentrional de caminar los puentes y las calles en estado de niebla. Y por eso le damos las gracias a la manera de W. H. Auden, porque ni siquiera el sol más potente del verano es capaz de disipar tanta inmundicia y violencia financieras que nos amenazan.


    La niebla es un cuento erótico de infancia que se vuelve blanco cuando encuentra puro silencio. Porque la niebla habita nuestra memoria desde el descubrimiento de las cenizas y de la pobreza. Nosotros, los pobres de la economía, nunca nos cansaremos de enarbolar la bandera de la niebla, elemento pobre de la meteorología.


    No sé aún cómo calificar esta niebla que se aprieta al corazón de la ciudad para no marcharse, esta mixtura de brumas de mar y vapores de altas cumbres que sustenta el encanto de nuestras repúblicas atlánticas. Le otorga a cada puerto una resonancia de vida diferente, y a cada río y cada valle un grito de rebelde ideología irreductible. ¡Es tan caprichosa la cartografía de la niebla!


    Tiene condensada la belleza en su humedad de diosa vagabunda. Con los materiales de la niebla hemos construido el Camino del Fin del Mundo, y las Vías de la Plata y los castillos, monasterios y bahías, y todos los trenes y estaciones ferroviarias que ahora nos quieren arrancar. Y con materia de niebla han compuesto nuestros grandes poetas y cuentistas las más hermosas piezas de la literatura occidental: los Castrofortes del Baralla de Torrente Ballester, los Ulises y Merlines de Álvaro Cunqueiro, las Ciudades de Poniente de Antonio Pereira, los Libros del Frío de Antonio Gamoneda, las Antífonas del Bierzo de Juan Carlos Mestre, los Puentes de Hierro de César Gavela...
     Se nos filtra la niebla por las rendijas del alma y entonces contamos el tiempo como en las antiguas epopeyas célticas. Y es que esperamos casi todo de la niebla. En medio de la niebla el deseo es ciego, tan ciego como un potro recién nacido. Y se transfiguran los mezquinos paisajes urbanos, ascienden al pedestal de la Mitología las aldeas milenarias, se difuminan las fronteras de todos los nacionalismos históricos...


    Salgo a dar una vuelta por el barrio antes de la medianoche, y como si las viera por primera vez me sorprende el color de las manos de esta niebla. Vislumbro allá lejos las luces de la bahía, y escucho el eco de todos los que callan a esas horas sus cenizas y pobrezas. Nosotros, los pobres de la economía, los que todavía reivindicamos la utopía y la insurrección, nos reconocemos en el fondo de la niebla.




TODOS LOS CUENTOS DE PEREIRA



  Cuentistas, narradores y lectores cómplices de medio mundo vienen celebrando desde el inicio del otoño la publicación de Todos los cuentos de Antonio Pereira. A estas alturas de su muerte y resurrección, todos aclaman al fabulador de Villafranca del Sueño como uno de los mejores cuentistas de la literatura contemporánea occidental.


      Pero me atrevo a afirmar, amigos míos, que entre aquellos que más admiración están manifestando por sus cuentos despuntan los narradores y lectores de las repúblicas del Noroeste Atlántico. En sus círculos mercantiles y ateneos obreros, en sus tabernas, casinos y cafés literarios sabemos que están honrando durante estas últimas semanas la bonhomía y el arte de Pereira leyendo en voz alta, desde la hora del atardecer hasta más allá de la medianoche, algunos de los más de doscientos cuentos que en vida nos dejó escritos. 


    Todavía el penúltimo sábado de noviembre los Inventores de Relatos Post-Artúricos de la República de Camelot solicitaban a su embajador en nuestra República de Almendros el envío de un barco de mil ejemplares de Todos los cuentos, con el fin de que fuesen repartidos y saboreados por esas villas y ciudades legendarias que desde hace más de siete siglos baña el mítico mar Céltico...


   Y hago constar aquí que, en pago del bellísimo tesoro regalado, los Cuentistas Transvanguardistas de la República de Swansea -recién incorporada a la Unión de Repúblicas del Noroeste Atlántico- nos comunicaban ayer que han fletado con destino a la bahía del Pajariel un barco cargado de cuentos compuestos en idioma galés por su compatriota Dylan Thomas.


   Y al gaélico escocés han traducido ya los Bardos de la República de las Brumas Rojas, patria del compositor de La isla del tesoro, más de treinta narraciones de Pereira. Y que es “Stevenson en Sepúlveda” uno de los cuentos que más les ha cautivado: “¡Qué emoción, compañeros, al escuchar que el viajero visionario de Villafranca se hospedara una noche en una habitación dedicada toda ella a Stevenson, con un retrato suyo y un mapa de Samoa y unos grabados de la isla de Upolu y su gente nativa colgados de la pared! Cuenta esa historia el maestro como quien cuenta la mística nieve y la música polar que se derrama sobre nuestras tierras en los amaneceres del invierno.”


    No se cansan los Fiandeiros de la República de Olleir de gozar, al amor de las lumbres nocturnas, del erotismo candoroso pero incendiario de cuentos como “Casa de niñas en Acapulco” o “La espalda de Elisa”. Y aseguran los Fabuladores Cunqueirianos de la República de la Terra Chá que después de escuchar “El toque de obispo” les brinca en el corazón el solcillo radiante de un recuerdo de juventud, y ahí se quedan embelesados hasta que los despierta el pitido del tren de Mondoñedo.


   La República de Erín, la República de la Sidra, la República das Xoubas, la República de Astérix, todas las repúblicas del Noroeste Atlántico esperan recibir como nieve de diciembre los últimos relatos que Antonio Pereira haya escrito después de muerto. Y que estarán de espíritu presente en la presentación de Todos los cuentos que tendrá lugar mañana viernes a las ocho de la tarde en la ciudad del Sil.