PARÍS 1977 (I)



Llegué la primera vez a París en autostop, en un Citroen que conducía una mujer que militaba en el Partido Comunista Francés (se llamaba Simone, y qué modo tan elegante de coger el pitillo). 

Aún eran las tres de la madrugada, así que me puse a descansar sobre un saco de dormir en una sala de espera de la estación del Norte. Ahí terminé de leer El positivismo lógico, de Alfred Ayer (mamotreto que había empezado en una gasolinera de las afueras de Turín unos tres días antes), y abrí entonces con muchas ganas Rayuela --me había costado en la librería Musidora de Gijón unas 500 pesetas--, la enormísima novela que a tanto progre había entusiasmado y seguía enloqueciendo...

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y... ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts...



No pude pasar de ahí porque se me acercó un policía, le dio un puntapié al libro y me dijo algo así como que qué coños hacía yo tumbado como un golfo en aquella sala de espera tan limpia, a esas horas, la madre que lo parió. 

Me levanté, encendí un pitillo y empecé a caminar, y andaba de un lado a otro, como si estuviera borracho, anduve por lo menos diez kilómetros por París, convencido de que esa misma mañana o esa misma tarde o esa misma noche iba a encontrarme con el mismísimo Julio Cortázar, porque Cortázar tenía que aparecer por alguna parte, por algún pasaje, por algún puente, seguro que cruzaría al atardecer el Pont des Arts y entonces... 

¿Me encontraría con Cortázar?