PARÍS 1977 (I)



Llegué la primera vez a París en autostop, en un Citroen que conducía una mujer que militaba en el Partido Comunista Francés (se llamaba Simone, y qué modo tan elegante de coger el pitillo). 

Aún eran las tres de la madrugada, así que me puse a descansar sobre un saco de dormir en una sala de espera de la estación del Norte. Ahí terminé de leer El positivismo lógico, de Alfred Ayer (mamotreto que había empezado en una gasolinera de las afueras de Turín unos tres días antes), y abrí entonces con muchas ganas Rayuela --me había costado en la librería Musidora de Gijón unas 500 pesetas--, la enormísima novela que a tanto progre había entusiasmado y seguía enloqueciendo...

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y... ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts...



No pude pasar de ahí porque se me acercó un policía, le dio un puntapié al libro y me dijo algo así como que qué coños hacía yo tumbado como un golfo en aquella sala de espera tan limpia, a esas horas, la madre que lo parió. 

Me levanté, encendí un pitillo y empecé a caminar, y andaba de un lado a otro, como si estuviera borracho, anduve por lo menos diez kilómetros por París, convencido de que esa misma mañana o esa misma tarde o esa misma noche iba a encontrarme con el mismísimo Julio Cortázar, porque Cortázar tenía que aparecer por alguna parte, por algún pasaje, por algún puente, seguro que cruzaría al atardecer el Pont des Arts y entonces... 

¿Me encontraría con Cortázar?


LITURGIA DE OCTUBRE



Llegó Octubre vestido como un excéntrico juglar medieval, arrastrando sus ramas abiertas al Poniente, y sobre los hombros un nido de estorninos que piaban contra el ocaso del sol.

Nos saludó en su lánguida lengua gutural y le invitamos a sentarse a nuestra mesa, pero prefirió quedarse de pie ahí, mirándonos con sus tremendos ojos de humo abacial.


Estábamos en la taberna del Sil hablando de los cementerios, de la reconversión de los cementerios en bellísimos espacios escénicos donde declamar los penúltimos poemas satánicos, contar las más absurdas aventuras eróticas, o representar las piezas más dramáticas de nuestra decadencia moral y cultural. 

Y comenzó entonces Octubre a arrancarse hojas de su áspera piel y a lanzarlas contra el techo, y al caer iban leyéndolas respetuosamente nuestros corazones.

No olvidéis los bosques. Siempre en vuestra memoria el infinito crepúsculo celta. Vuestros son estos bosques mitológicos atlánticos. Recordad la iluminación de William B. Yeats: el espectáculo más admirable que jamás hayan construido la luz y la sombra es el que se contempla cada mañana en vuestros bosques.

Y se hizo entonces un silencio de teorías otoñales. 

–Pisad un robledal, al atardecer –continuó crepitando Octubre–,  sentid el silencio que hay entre dos robles, y oiréis entonces crujir los huesos de vuestros antepasados.


Así nos iba revelando Octubre la semántica profunda de todos nuestros bosques. 

–Habéis nacido con un bosque en vuestra piel. Y la memoria de lo que hayáis sido se morirá en un bosque.

Eso dijo la última hoja que se arrancó de su áspera piel.

Y con cara de calavera meditabunda nos quedamos cuando Octubre, tras calarse su sombrero de hojas incendiadas de octubre, se fue alejando hacia el ocaso.




MÚSICA NEGRA


Hey Joe, o Robert, o comoquiera que te llamen en tu tribu, quizá creías que un hombre hace más grande su destino de hombre por flagelar a una mujer o por llevar un arma de fuego en el bolsillo. Conozco chicos como tú, ciegos con una pistola que ocultan en el culo cuando hacen el amor, chicos que abrasan azaleas de veintitrés años y luego se ríen hasta reventar. Siempre la encontrarás allí, entre las algas, entre la espuma roja, siempre estará aguardándote bajo el dolor indomable de tu lengua. Has puesto a estos valles en estado de terror pero aún controlas perfectamente tus emociones, un tipo frío y salvaje, un caso perdido para la sociedad, eso decían los vecinos, cuando hasta las colinas y los puentes sabían que no llegarías muy lejos.

Hey Joe, diez, quince, veinticinco años de cárcel y es posible que nunca Dios se apiade de ti, un tipo así, con esa cara, pero no con el suficiente juicio para poder amar a una chica, no con la suficiente fortuna para dejar de ser un pobre diablo. Probablemente este clima no te iba bien, estas brasas de julio y agosto son como las del infierno, es probable que todos tus ojos se atragantaran de polvo mortal y sólo acribillando mariposas te sintieses aliviado, pero tu corazón seguía albergando el horror de los cementerios fluviales. Conozco tíos como tú a los que el pecho de una mujer les importa un pito, chicos con la misma máscara insensible que un cadáver empapado en cocaína y que se corren de gusto cada vez que ven agonizar a un anciano.


Hey Joe, quizá ignorabas que a los muertos no hay forma de matarlos, y eso que parecías un héroe entre las adolescentes, a nadie temías, tu mente disparaba esquirlas de ciprés cada vez que abrías la boca y con tus músculos de bestia negra hacías temblar las vidrieras violentas de la noche. Has ensangrentado estos crepúsculos y no cesarán de perseguirte las furias de todos los pantanos del planeta.


Así que diez, quince, veinte años de cárcel, Joe, casi nada, porque elegiste el sendero de la maldición, burlaste los terribles edificios del miedo, y ahora vales tanto como cualquiera de esos perturbados que salen en los periódicos y ese cacho cabrón del Diablo se reirá eternamente de tu triste sombra. Te recordarán entre las piedras de una historia miserable esta ciudad ardiente y esas laderas mientras el sol siga estallando sobre sus sienes, mientras la música del crimen reverbere en el agua y rechacen sus aullidos las sirenas del paisaje.
Hey Joe, conozco chicos como tú que cada fin de semana se alimentan de éxtasis y de pólvora, que podrían zurrar a su novia o mutilarle los labios por conseguir un absurdo polvo de unicornio, chicos que cuando abrazan irradian el vaho frío de los asesinos.

(Él había arrojado el cuerpo de su chica a las aguas del PANTANO de BÁRCENA...Y compuse entonces esta columna a la sombra de Jimi Hendrix, de cuya muerte se cumplen esta semana 48 años)

CON MILAN KUNDERA EN EL CAFÉ CUBA (I)



El otro día estuve tomando unas jarras de cerveza con Milan Kundera en el café Cuba, barrio de Cuatrovientos
Aún conserva estampada en su frente checa la bandera tricolor de la 'Primavera de Praga', a sus ochenta y nueve años, quién lo diría

Lo acompañaba una mujer esbeltísima, pianista de jazz, Vera dijo que se llamaba, en la lengua de Rimbaud, y Vera se puso a contemplar el sol rojo que se derramaba sin cesar sobre la bahía del Pajariel

Un viejo amigo suyo del Bloque Nacionalista Galego, al que había conocido en París en 1992, le había invitado a dar unas charlas en las sedes del partido de Lugo y La Coruña sobre sus experiencias político-sexuales durante la Primavera de Praga, se les había estropeado el Toyota y ahí estaban esperando

--Al único escritor del Noroeste Atlántico que he leído --me confesó ruborizándose-- es a Eduardo Blanco Amor, y tan solo esa su novela delirante que se titula 'A esmorga', magnífica

Llevaba yo para leer los 'Cuentos de la Cábila', de Antonio Pereira, así que se los regalé al maestro, un placer, el gusto es mío

Vera no hacía otra cosa que contemplar el rojísimo sol/poema social que se derramaba sin cesar sobre la bahía del Pajariel


Milan y Vera a sus cuarenta y tantos años

Le hice entonces una pregunta estúpida, mirando fijamente a sus ojos de corza huida 
Y se echó a reír, con su risa checa antiestalinista y glacial. Y me sorprendió recitando DE MEMORIA unos pasajes de 'El libro de la risa y el olvido', que reproduzco aquí:

El que escribe libros, o lo es todo (el único universo para sí mismo y para todos los demás) o no es nada. Y como todo no le será nunca dado a ningún hombre todos los que escribimos libros no somos nada. Somos menospreciados, celosos, nos sentimos heridos y deseamos la muerte del otro. En eso somos todos iguales: Banaka, Bibi, yo y Goethe.
El incontenible crecimiento de la grafomanía entre los políticos, los taxistas, las parturientas, las amantes, los asesinos, los ladrones, las prostitutas, los inspectores de policía, los médicos y los pacientes, me demuestra que cada uno de los hombres, sin excepciones, lleva dentro de sí a un escritor en potencia, de modo que la humanidad podría perfectamente echarse a la calle y gritar: ¡todos nosotros somos escritores! 
Y es que cada uno de nosotros teme desaparecer desoído y desapercibido en un universo indiferente y por eso quiere transformarse a tiempo en un universo de palabras. 
Cuando se despierte el escritor en todas las personas (y será pronto), vendrán días de sordera generalizada y de incomprensión.




RAP DE LA INCINERACIÓN


No habrá una vida sana en el Bierzo de la Mierda “Cósmica”, 
no habrá sexo sano, ni música de pájaros, no habrá existencia digna, no, con la Incineración. 
Así que quieren jodernos esta República de Almendros, pues eso sí que no, habrá una rebelión.
 Azufres criminales, bifenilos homicidas, furanos asesinos, dioxinas cancerígenas. ¿Querrás que sea nuestra tierra el Valle de los Hijos Subnormales
Escorias con cenizas en las flores y en las uvas, mortíferos metales en la leche de las vacas, 
manzanas y lechugas con mercurio y manganeso, 
y en los arroyos y en los ríos algas tóxicas, limos tóxicos, ninfas tóxicas, qué espantoso purgatorio, qué horror de crematorio.
 ¡Que quieren jodernos esta República de Almendros!
¿Y de quién sería la culpa de que este verde valle 
fuese una basura, grandísima locura?



No morir de asfixia, no necrología, no quemar el cielo, 
no escatología. Icemos la bandera de la cultura biodinámica, de los días con gran sol y lluvia nunca ácida.
¿Querrás que sea nuestra tierra el Valle de la Mierda
No quemar el cielo, es cosmología, 
no matar los ríos, son la ideología. 
No necrología, no escatología, no más materias cancerígenas.
 Ellos aún no maman, pero ya corren el peligro de llamarse en este mundo los Hijos Subnormales de la Incineración
Beberán hidrocarburos aromáticos, grandes dosis de benceno, hexaclorobenceno y más venenos, tomarán benzoapirenos y benzoantracenos y otros excrementos más obscenos.
 No matar el verde de la hierba y de los ríos, no cadmio entre los trigos, ni berilio ni antimonio en las verduras, ni talio ni titanio en las alas de los pájaros. 
¿Querrás que sea el Bierzo el Valle de la Mierda?


 Gases venenosos y cenizas volantes nauseabundas, 
eso es su cultura de la industria, economía política del cáncer y la muerte, patología de la flora y de la fauna, necrología del manantial y de la espuma, elegía inmensa del aire azul y la reproducción.

 No incineración de residuos metalúrgicos, 
no incineración de residuos farmacéuticos, 
no incineración de plásticos y neumáticos, 
no y mil veces no a la putísima Incineración.

 No habrá una vida buena en el Bierzo de la Mierda, 
de la Mierda "Cósmica", no habrá sexo sano, ni música de pájaros, no habrá existencia digna, no, 
con la Incineración. 
¿Así que quieren jodernos esta República de Almendros? Pues eso sí que no, porque habrá una rebelión.





JARAS DE MAYO





Era limpio el sudor, el trabajo que le jodieron. 
Y ahora tendrá que perderse por los alambres de la ciudad. 
A ver si cae algo con que borrar el miedo y llegar a casa sin alma de ataúd.

En su puta vida ha probado psicofármacos.

Perdería el culo por conseguir que lo contratasen otra vez en ese bar de carretera. 

Saca la mano del bolsillo del pantalón y enseña una cicatriz que aún le palpita. 

Se le fue la mujer hace un año. 

No tiene ni idea de lo que son las jaras. Se las enseño al cruzar


Y uno de sus vicios son las cartas, el póquer le produce fiebres que no le dejan dormir.

Una vez entraron en el bar tres tíos de Lugo con tres putas y una ternera con las orejas cortadas, y hubo que echarle de comer a la ternera todos los pinchos que había sobre la barra.

No está afiliado a ningún sindicato, no cree en ninguna de esas ideologías obreristas.

Si alguna vez se viera obligado a mendigar, no lo haría en las calles de esta ciudad. 

Hace tiempo que dejó de tomar coca y esas otras mierdas.
La última vez empezaron a salirle ratones de las manos y se pasó tres días temblando de pánico.


Cruzamos el puente del Centenario y esas jaras de mayo hasta el Sil y me repite una vez más que se le fue la mujer hace un año... 

A esos de La Manada les cortaría los cojones.

Y mañana... mañana a perderse otra vez por los alambres de esta ciudad.