UN VIAJE DE INVIERNO


    En la sala de espera de su tren ella no le dirá que el invierno se parece a su país. Cruzarán la noche española sin echar un solo sueño. Al principio los tratarán seguramente como a emigrantes del más profundo sur. Y de tarde en tarde se abrazarán al alegre despertar de pájaros en las fiebres de su aldea atlántica. Nadie les ha enseñado a sobrevivir en los arrabales del exilio.


     La última imagen que se les ha grabado en su nostalgia es un teatro de León en ruinas, un hermoso teatro que no hace mucho tiempo escribía versos a la ciudad y entonces era aún más esbelta la catedral y la plaza de San Marcelo con más sol y qué cultas todas las tascas del barrio Húmedo y su algarabía mozárabe...

     En la sala de espera de su tren recuerda ella el bosque que tenían, un bosque del Noroeste del que salían olores a gaitas requemadas, el bosque que sostiene los muros de nuestra indestructible mitología celta. ¡No haya noche negra nunca en sus árboles, no quemen sus alimentos los bárbaros de la Desalmación! Los lobos, los corzos, los urogallos, los jabalíes, empiezan la subsistencia con su invierno. Y las deidades que lo habitan purificarán desde la noche del solsticio el aire de su madera y todos los manantiales de la resurrección.


     ¿De qué más no se olvidan en la sala de espera de su tren? Algo le está creciendo a ese juglar callejero entre la boca y las cuerdas de su música. No se ve el dolor que sale de su animal. Al borde del andén ahuyenta con su violín las soledades de otro invierno más que viene amenazándonos. Pasan los viajeros como bestias frente a él. Y aun así oyen entonces ecos del pasado que los devoró. ¿De qué literatura está hecha la materia que desalojan sus canciones? Si no tocase su instrumento, la superestructura cultural de la estación y del barrio entero desaparecería.

    La nieve de su invierno arde. No se olvida ella de aquel pobre vagabundo que pasaba pidiendo la limosna del Año Nuevo por los pueblos nevados de la Cabrera, el mismo peregrino que pasará por los pueblos y villorrios de la Maragatería y la Omaña y el Páramo y la Montaña de Luna... En la mano que aún le tiembla hay el poema de que se parta el mundo en siete mil millones de pedazos que den para comer. ¿Dará alaridos por montes y por valles si no le dan el pan que necesita?


     En la sala de espera de su tren aparecerá gritando el loco de la estación y les preguntará por qué siguen bajando el precio del barril de petróleo los hijoputas del Oriente. Y entonces se subirán al tren de las Emigraciones y a nadie más dirán adiós. Cruzarán la noche española sin echar un solo sueño. Al principio los tratarán seguramente como a emigrantes del más profundo sur.


CUENTO DE ANTES DE NAVIDAD

     Todos llevamos grabado en lo más profundo de nuestra piel un cuento de Navidad. Un cuento que es como una aldea cubierta de nieve en la noche que está estrellada... Un cuento como un río de papel plateado y alrededor del fuego un cantar con dos o tres animales domésticos que miran al camino lleno de musgos que se pierde por el oeste... 


    ¿Y qué esperábamos? El fuego se acaba haciendo ceniza, compañeros, pero no hay manera de extirpar ese polvo de la piel del alma. La infancia no termina nunca de pasar. Y pesa tanto como las ausencias...

   ¿Quién ha dicho que en el cuento no aparecen pobres? Pobres y más pobres y rebaños de resignación. Aparecen también vagabundos que llaman a las cosas por su nombre. Y hombres y mujeres que a la puerta del bar fuman su ansiedad y hablan en voz baja del porvenir de los mineros y los estudiantes...


    Ahora mismo está nevando sobre la república del cuento. Los pájaros que ya durmieron se posan en las ventanas por si les echamos de comer, pobres pájaros hambrientos. Pasa un tren que pide perseverancia hasta el triunfo final. Y en la quinta esquina del barrio del río sigue esa mujer arrojando palabras como témpanos que terminarán construyendo un bosque lácteo. Dicen los más viejos que esa mujer es una poeta.


    Nieva mansa y copiosamente en el cuento de Navidad. Y en la escarcha del año vencido algunos niños patinan con algazara rural. Se van encendiendo los árboles... Y el humo con que se cura la matanza. Están trémulos los caballos en las colinas de su desolación. Es un acto maravilloso andar sobre la nieve. Y se inaugura en la taberna del Minero un campeonato de brisca. Los jóvenes en paro que ahí se han reunido siguen sin entender el discurso del presidente del gobierno nacional...


    Ese cuento de antes de Navidad vuela de aldea en aldea, de conciencia en conciencia, buscando el fuego que lo alumbre. En ese cuento la infancia no termina nunca de pasar. Y su geografía no entiende de olvidos. Se nos agarró a la piel y nos prendió la utopía a que estamos condenados. Y exige su silencio: el silencio de la nieve, casi sobrenatural. Es un cuento como un país de nieve... Cae mansa una nieve blanquísima sobre la república del cuento... Y nieva, nieva tanto... que tengo miedo de que al terminar esta última línea quede toda la columna en blanco.


SÓTANOS DE DICIEMBRE

   Descender a los sótanos de diciembre... Y andar entre nieblas por el barrio pisando otoños mal nacidos, tropezar contra la oxidación del patrimonio industrial, sorprender al zapatero vendiendo su mono de trabajo, preguntarle a la vecina por qué han cerrado el bar donde limpiaba.


    Bajar a los subterráneos de diciembre... Y ver cómo crecen entre el portal y la calle zapatos que no regresaron, decir adiós a la locomotora que nos llenaba de sol, escuchar en la cola del paro las bastas consignas patrióticas del presidente del gobierno nacional, echar de comer una zanahoria a ese caballo gitano que tiembla frente al río, 


decir de nuevo adiós a la locomotora Funkenstein 020-T que se llevaron rumbo a Alemania, caerse por el sur de la ciudad y oír los ecos del pavor de las aldeas, sentir cómo se estrellan sus gatos escuálidos contra el camión municipal de la basura, quedarse a la puerta del despacho de lotería contando el número de ilusos por minuto, mirar cómo bailan cuatro chicos mamados el rap de la masturbación de los esqueletos entre las vías del tren.


    Atravesar las crudas sombras de diciembre... Y perderse por la calle de las Angustias y saludar a ese mendigo nuevo que parece un príncipe rumano de las tinieblas, pronunciar los huesos que no se quemaron ayer en los andenes de la estación de autobuses, hablar con el porreta que perdió su dosis y comprobar la temperatura de su escarcha, 


asomarse al puente de los Peregrinos y compadecerse de todos esos patos epilépticos, penetrar en el frío del supermercado y preguntarle a la pescadera a qué precio se pondrá el sábado la conciencia congelada.

   Sumergirse en las honduras de diciembre... Y darse de bruces con el último parado del barrio que se cuece en la taberna, comprobar que también los proveedores de poesía se quedan más desamparados que una goma de borrar, echar de menos al burrito que hacía los belenes, 


vislumbrar en las lejanías nevadas la floración de los bosques filológicos, viajar despacio hasta los pueblos ya sin vacas y decir adiós más de tres veces a los urogallos y los lobos, acercarse a la fogata que han hecho en el arrabal los desahuciados y beber con ellos el vino de la consolación...

    Los sótanos de diciembre no dejan bien dormir, siempre están metiéndonos por el ojo la pesadilla que les muerde la cola, en las temperaturas de sus huecos nacen musgos atados a desastres... Hay que bajar a los sótanos de diciembre para espantar tanta mentira.


LA NIEBLA DEL DESAHUCIO

     Es cierto eso de que los bosques de la ciudad no dejan ver las nieblas.
    Hay una niebla mala que es como una garzota que muerde los ojos: la niebla del desahucio.


    A don Amaro podéis verlo de tarde en tarde atizando hogueras contra la humillación en esas explanadas del oeste. Las babas del desahucio le caen cuando le pinchas en la rabia que tiene su piel. Y no es ningún impostor.
    Todos lo saludan cuando entra silbando, y cuando habla don Amaro se calla todo el bar. Habla poco este viejo, pero ese poco es durísimo. “¡No voy a ir a llorarles a esos hijos de puta!”.


    A morapio limpio va espantando su desastre. Su pensión andará por los trescientos cincuenta, muy por debajo del salario mínimo.
   Así que cualquier mañana le bajarán las tres sillas y la cama de su casa y se quedará a vivir ahí, a la intemperie. Hay maneras dignas de ir decrepitándose. Y dicen que los bancos tienen muchas viviendas vacías. Eso ha dicho la gitana que rejonea por el bar leyéndonos el porvenir. “¡Cabrones!”


    Todos se acuerdan de cuando don Amaro salía del portal de su casa tocando su silbato de madera las mañanas que iba a trabajar. Y a la vuelta del trabajo contaba historias muy raras, historias que pescaba en los periódicos, según decía él, hasta que acabó contando la misma historia una y otra vez. Y a la mujer se la llevó el Alzhéimer, hará unos siete u ocho años. ¿No le habrá rondado por la cabeza la idea del suicidio?
    Ahí lo tenéis todavía, hecho un adefesio, mirando al suelo con esos ojos que ponen las vacas cuando van a ser desahuciadas. Hay maneras dignas de ir decrepitándose. ¿Qué clase de hierbas que huelen a vinagres ha derramado la gitana cuando salía del bar? ¿Y cuándo perderá don Amaro su vivienda? A lo mejor se muere antes de hambre. ¡O de vino malo!
    Y cada vez que abre la boca es para blasfemar y ved cómo le caen las babas del desahucio. “¡Su puta madre!” Ahí lo tenéis, su alma como una mula llena de agujeros. ¡Arroje, viejo, arroje más palabras, más palabras, a ver si les revientan los tímpanos!


   Dicen que está sentenciada la madera de su casa, que aparece ya su nombre en el depósito de las catástrofes.
   La puta niebla del desahucio. Alarma social. Absurdo social. Fracaso social. Hay maneras dignas de ir decrepitándose. ¡Apure su morapio, don Amaro! Y repítales una vez más que hay maneras dignas de ir decrepitándose, repítaselo hasta que se les revienten los tímpanos.


CRISANTEMOS Y CEBOLLAS

     Cada vez menos jóvenes en tu país. ¿Recuerdas cuántos se marcharon al extranjero por aquel su “espíritu aventurero” que decía la secretaria de la Emigración? Y cruzaron las fronteras con tanta prisa que no han vuelto aún, los muy desgraciados.


     En cambio cada vez más jóvenes currando tras la barra de un bar. Estos que no volaron tanto, que todavía ayer se estrellaron contra los fríos que no dan de comer... se han agarrado al contrato temporal del calor de los bares, gastrobares, neocantinas, tascas de barrio... Barras de neotabernas, parapetos de la desengañación... ¿Serán pedazos del fracaso nacional?

  Cada vez más jóvenes sufriendo enfermedades de transmisión sexual. Hacen delirios en el virgo de la noche, les ladran enfermos los líquidos seminales, ¿sobre qué ruinas han disuelto su animalación?


    Y sin embargo cada vez más jóvenes confesándonos que sueñan con transformar el mundo. Aseguran haber leído trocitos de Platón, Marx, Nietzsche, Ortega y Gasset, Sartre... Advierten de que pronto volverán las asambleas de barrio y las ilusiones republicanas. ¡Pues sigan levantando esa lengua donde han de caber todos los corajes y cojones necesarios! 

     Cada vez más jóvenes gritando a favor de la legalización de la marihuana. ¿Son acaso antisociales esas baladas de pájaros psicodélicos que componen con sus alas? Allá ellos y sus flores de la relajación universal.


    Pero cada vez más jóvenes que se quedan en la calle aullando de hambre. Y cada vez más jóvenes diciéndonos “Estamos muy cansados”, “No tenemos ganas de hacer nada”, “Nos quedamos dormidos”. Y cada vez más jóvenes que consumen ya esa droga sintética conocida en las noches yanquis como Nube Nueve. ¡Mierda en estado místico! ¿Qué clase de música interpretan estos que danzan sobre las prótesis de su subyugación?

    Cada vez más jóvenes buscando desesperados popularidad en las redes sociales. Cada vez más jóvenes degradándose en zombis. Cada vez más jóvenes que acuden a los hospitales con ataques de ansiedad... ¿No tendríamos algo más que decir sobre su manera de asentarse en la enajenación social?


    (Los crisantemos los llevaba ella, él iba mirando al sucio cielo de su barrio. ¿Por qué iba a contarme él lo que iba a hacer con las siete cebollas que había comprado en la plaza de Abastos? ¿Y para qué o quién los crisantemos? Tampoco me atreví a decirles que es una suerte vivir en el país con más jóvenes ilusos por metro cúbico del mundo).


BERLÍN NO SE ACABA


   ¡Álcese la Poesía contra el Desastre Nacional que padecemos! ¿Quién ha dicho que hay más poetas que tabernas en esta tierra del Noroeste que nos parió? En realidad más, se necesitan más Ágoras de la Poesía, más Asambleas Poéticas, más Poetas, más Poemarios...


      No sabemos muy bien quién es la Poesía, pero cada vez que un Poeta se posa sobre una República la rehorizonta, la pone mirando hacia los altos y durísimos combates existenciales que ha de afrontar. Y cada vez que se posa un Poeta sobre la ciudad la recorazona, y entonces todas sus calles se abren al sol...

     En la cartografía de las Repúblicas Poéticas, el Bierzo limita al Oeste con los bellísimos fados de Portugal; al Sur, con las islas de Cabo Verde, y al Norte, con la dialéctica ciudad de Berlín. Berlín se resiste a desaparecer de nuestra Literatura Atlántica. Berlín es un destino que echó raíces en nuestros exiliados del Romanticismo y desde entonces no ha cesado de gritarnos. Cuando el primer gran poeta del Bierzo se posó sobre Berlín, hace este otoño ciento setenta años, comenzaron a echar humo todas sus locomotoras. Y allá en Berlín gravitan aún los restos líricos de Enrique Gil y Carrasco. Fue Berlín el último nombre propio que el Bardo de la Niebla en su Diario nos dejó escrito: “Mañana saldré para Berlín, término de mi viaje”. Y de las nieblas tuberculosas de aquel Berlín prusiano quedó prendido su poema último una mañana de febrero de 1846...


       Celebremos, pues, la aparición de Berlín no se acaba en un círculo, poemario extraído a cielo abierto septentrional por la enormísima poeta de la República de Almendros que es Sara R. Gallardo. Sara se posó una buena noche en Berlín y se abrieron al sol todas las arterias de sus bosques. Y comenzaron a crecerle versos como jadeos de bestia en jungla, poemas que se arrastran hasta estallar en pronombres cósmicos: “Yo vivía enfrente de una reserva natural./De la mano de un hombre me interné en el bosque/ una mañana de febrero./Nos perdimos/el hombre y el niño./ Y el bosque era inmenso y oscuro./ Y el bosque era yo.”


      A las brumas del río Spree, al sexo y a la soledad y al vacío de Berlín les fue arrancando Sara palabras/dardos como pájaros jodidos de un ala que se clavarán en el cajón de nuestras interrogaciones... Por Berlín no se acaba en un círculo corre la más serena y subversiva sangre lírica de Sara... No sabría deciros qué animal es la poesía de su Berlín. A lo mejor lo adivinamos este sábado: a las seis de la tarde, si podéis, pasaos por el café Termita, un café lleno de música y artilugios neovanguardistas en el Unter den Linden de Ponferrada...


ESTADOS DE NOVIEMBRE


      Desciende noviembre y la ciudad comienza a replegar sus alas, los pueblos se acluecan, los ríos se hacen los muertos. Las primeras lluvias nos van dejando a todos con esa cara naíf de violinista azul de Marc Chagall. Tocamos el cielo amembrillado de noviembre y nos ponemos entonces a pensar con los pensamientos abiertos a la semántica subversiva del sur...


– ¡Qué metafísico te veo, Pepín!
– Es que estoy de noviembre.

    “Estar de noviembre” es un estado surrexistencial, un vivir en las esquinas de la interrogación constante, un pasar el tiempo entre la patafísica, la metafísica política de izquierdas y la poesía de la resistencia frente a las ideologías derrotistas. No hay que confundir los sustantivos carcelarios con los adjetivos, como hacen los derrotistas. Efectivamente, no es lo mismo un político preso que un preso político. ¿Subsisten aún en tu país los presos políticos? ¿Recuerdas cómo se llamaba el último preso político ejecutado en la España de Franco mediante garrote vil? Hace tan solo cuarenta años. ¿Una conspiración de los actuales políticos presos podría desembocar en un golpazo de estado?

     Nos quedamos mirando fijamente al aire de noviembre y acabamos descubriendo la sombra de un cartero rural. Efectivamente, en los últimos siete años han desaparecido sesenta carteros rurales en el Reino Undido de León. ¡Los bravos carteros del Noroeste Atlántico, tan artísticos, tan literarios como los carteros de Neruda, de Tagore, de Van Gogh, de Saeki Yuzo...! Llevan a su espalda un arcoíris especial, los carteros. ¡No maten más, joder, no asesinen a los últimos mensajeros del misterio que nos quedan!


    Subimos la cuesta de noviembre, una cuesta llena de náuseas y pedazos de angustiamientos que vendrán. Y al pasar por la calle de las Melancolías nos tropezamos con el barrendero municipal que se parece a ese doble de Pablo Iglesias que anda por ahí... Efectivamente, el aura política de un barrendero municipal es del color de la corteza de los abedules, no tan oscura como el aura mística de todos esos dobles de Pablo Iglesias que pululan por el país. En sus palabras más altas se están posando los pájaros que sobrevolarían repúblicas federales...


     Abrimos las ventanas de noviembre al ponerse el sol y nos agarramos entonces a los crepúsculos, o nos abandonamos un buen rato al placer de leer en el retrete esas piezas literarias que no se terminan nunca, la Historia del Reino Antiguo y Medio de León, la Antropología del Bierzo Perdido, el Cuento de los Santísimos Griales... Acariciar un libro constituye ahí una delicia.

    Así que nos iremos comiendo el cielo de noviembre como si fuera un níspero rebozado de náusea y violines de Chagall.


POR EL BARRIO PASAN FURIAS


      No vamos a pensar que tu país es una casaputas sin fondo. ¿Y aquel que arrastró su hambre por las encrucijadas de las cajas de ahorro sin piedad? 
      Un pueblo de infelices grita “¡hijoputas, hijoputas!”. En otros tiempos hubieran volado brasas contra los trincadores. 
   ¿Hasta dónde esta barredura, esas inmundicias que juntaron con sus escobas de mandar?


      Y la viuda que va vomitando bayetas de su desahucio contra la bahía. Y el que regresó del extranjero con todos los sudores y le desvalijaron y ahora está mirando por la ventana del manicomio. Por el barrio va dando palos de loco don Inocencio, en cualquier esquina le asalta otro maldito corrupto y le lleva los últimos caudales.

    O habrá que reinventar otra lengua en llamas con que combatir los corrompimientos más allá de noviembre. ¿Así que llaman ahora ‘agasajo corporativo’ a la parranda en los burdeles con música prostitucional? La desvergüenza se parece más que nunca a mi país. Como si nos hubieran desterrado. ¿Hasta cuándo tragarnos los huesos de la depredación?


     Por el barrio pasan furias... ¡Los tigres que rugen en esos bares de mala muerte!

—¡¡¡Estamos al límite, no aguantamos más!!!

    Y corean contra los alcoholes los nombres de los corruptores de mapas, corruptores de jardines, corruptores de animales domésticos, corruptores de puentes y montañas... Así se quitan las hambres. Y cada vez más sucias las lenguas.

—Yo les rociaría con cal viva.
—Yo me encargaría de los cubos y las palas.


    Glorias de estiércol, fantasmas que iban llenando de mierda estos muelles y bulevares. 
       A todo corrupto le llega su san Martín. 
     ¿Nunca presintieron que su sombra podría regresar a la sombra? Iban poniendo cruces por todas partes. Tal vez vosotros los hayáis tocado. Nos pisaban como a maderas en ruinas.

     Y cuando se atardece va por el barrio dando palos de loco don Inocencio, y no desgasta su lengua en vano. Y le pregunta entonces al presidente del Gobierno cómo hacer, Mariano, para no dar la imagen de un país sumido en la corrupción. Don Inocencio será muy pronto un sin-nada. Don Inocencio y su pobre pata, la pata del empobrecido que le rajaron los corruputos. Líbranos, oh Satán, ahora y en la deshora de nuestra puta corrupción.


    No, no vamos a pensar que tu país es una casaputas sin fondo. ¿A qué huele esta mañana? ¿Tiene las vértebras con fiebre? ¿Una nueva suciedad? 
    Los chimbombos ya han comenzado a bailar sobre el fuego.


¿DÓNDE LOS CHICOS DEL HAMBRE?


    Yo no veo chicos hambrientos por las calles, por los barrios de mi ciudad.

     Entro en los suburbios de la desindustrialización, en esos patios donde se muerden los perros del malvivir, y no encuentro chiquillos alaridando de hambre. Grafitean ébolas contra el hormigón armado, escarban en las cenizas que aprendieron en las hogueras de la noche, gritan sus demonios hacia los pájaros que no vendrán... pero no les oigo dar voces de hambre. ¿Se habrán comido los verbos que les enrabiaban las pieles y las bocas? ¿O se habrán encerrado en recámaras de vergüenza y humillación? ¿Dónde los chicos del hambre?


   No los encuentro. Pregunto en esos bares con barras y sillas de remiendos y nadie los ha visto. ¡Tal vez se hayan marchado por el río de lumbres para nunca! ¿O estarán ahora mismo al otro lado del paso a nivel sin barreras robándole al sur las últimas castañas? No, tampoco se han refugiado por ahí. Ni bajo esos puentes marcados por las herraduras de la infamia, ni aquí donde brotan las anémonas enfermas de la mancomunidad. ¿Dónde esos chicos que dicen que pernoctan con un puñado de alucinógenos sobre las sienes?


     ¡Alabado sea el Señor que tan justamente ha concebido los Presupuestos Generales del Estado! Si yo los encontrase por estos arrabales sin estrellas les diría, eh, chicos, feliz cumpleaños del hambre. Pero no tropiezo con esos chicos del hambre. Así que a quienes se llenan la boca con las palabras “hambre/pobreza infantil” les pregunto si por su barrio alguna tarde han visto realmente chicos pobres con hambre. Y estamos hablando de chavales con hambres de pan y de garbanzos y de vísceras de corderos terrestres... Seguro que ni los han buscado. ¿Quién ha escrito entonces que estamos a la cabeza del hambre infantil en Europa? ¿Quién ha dicho anteayer que se necesita un Pacto de Estado contra la pobrezambre infantil de España?


    No se ven por ningún lado los chicos del hambre. No se ven bailar en las esquinas de ningún barrio los raps taladradores del hambre. ¿O es que esos chicos se han vuelto unos impostores y se han enrolado como serviles agentes en el Centro Nacional de Indigencia? ¡Los nicolases camuflados del hambre! ¡Artistas del hambre kafkaianos que ya han sido abandonados por la multitud votante!


—Eh, chico, ¿no serás tú uno de ellos?—. Me ha mirado de hito en hito, sus ojos de dinamita a punto de explotar... Luego se ha reído de mí, y han rechinado sus dientes de caballo, y se ha alejado cagándose en mis muertos. No, no era un chico del hambre.

  Todo ha sido una mentira: nadie que sea chico pasa hambre en mi ciudad, en mi país. Los chicos del hambre en realidad son... chicos de ficción.


CUADRO DE MIEDOS


      Me he perdido estos días por la bahía... un placer respirar al anochecer los aires báquicos de octubre... ¡Pero esta lluvia muda que trastorna aún más el pensamiento! Y con su inquietante cadencia, los miedos, los miedos últimos... ¡Los miedos que nos estamos fabricando permanentemente! Y de vez en cuando, tal vez de lustro en lustro, saltarán/soltarán unos ébolas por el país... ¿Cuántos miedos padecemos a diario? ¿Y cuántos ébolas al cabo de los años?


          Miedo a perder la razón pura y arrojarnos por la borda. Miedo a perder el trabajo y del teléfono que suena en el vacío de la noche. Miedo a salir de casa y no volver... Kafka habría dicho: “Mi miedo es cada vez mayor porque significa un retroceso ante el mundo.” Miedo a nombrar las cosas más profundas por sus nombres. ¡El virus del miedo, del pánico! El miedo que no nos lleva a ninguna parte. Ese miedo a los perros y pájaros que podrían contagiarnos... ¿de qué? Miedo a respondernos adónde irá nuestra máscara vencida. Miedo de que no encontremos nunca nuestras banderas ideológicas y existenciales. Miedo de que se nos prive de la luz de la Utopía. El miedo de los niños a encontrar larvas de gorgojo en la sopa de fideos del colegio. Nadie es ni será nunca dueño de sus miedos. Y tu miedo más grande, que no defino aquí, tiene también su dimensión poética, y es terrible su lenguaje lírico, lleno de hipérboles y lutos...


       El miedo de los ancianos a la depredación de los tarjetistas negros. Y ese miedo de los adolescentes a Rajoy y a Pedro Sánchez y a Podemos y al Papa y a los concejales de su pueblo y a la madre que los parió a todos... El miedo de tus senos al verbo “degradar”, o ese miedo de que un día nuestro sexo reviente y se vaya toda su literatura a la puta mierda. Y el miedo de los impúberes a ser violados entre crisantemos por las gárgolas del Apocalipsis. ¿O tenéis miedo de salir a la calle y golpear a los tramposos estafadores petardistas y acabar en la cárcel? La cárcel es densa, diría Mahmud Darwix, no hay quien pase en ella una noche y no la pase dándose masajes en los músculos de la libertad.


          ¡Esta lógica del miedo que no cesa de agredirnos! Ese miedo de la cuerda entre los enfermos mentales, y de los gusanos en las sábanas heladas. Miedo de tus ojos/bahía a las nubes de este cielo mezquino y provincial. Pero ella tiene miedo de acudir mañana al trabajo y quedar ebolizada. ¿Y quién ha hablado del miedo del alcohol y de la soledad del Noroeste Atlántico? Y el miedo de las cinco de la mañana de que se rompa el alba y se derramen podredumbres. ¿Y cómo sacar las manos del miedo? ¿Diciéndose a uno mismo que tiene miedo? No sé, pero podéis seguir vosotros describiendo más miedos últimos...


AL SOL DE LOS MEMBRILLOS


    No, no vamos a renegar de nuestro país. Aquí hemos de seguir combatiendo, aquí está nuestro otoño más frenético, esta naturaleza enardecida por la lluvia... Escribo hoy con una mano y con la otra me llevo a la boca un membrillo, y siento entonces cómo pasa y se derrite todo su delicioso volumen garganta abajo como una fruta santificada... Os gustan los membrillos, ¿verdad?


   Tiritamos en las noches arrompidas por los trenes obsolescentes, esas noches más putas que vamos padeciendo mientras mis amigos siguen mirando demasiado la televisión, y yo les reprocho que contribuyan de ese modo al grave enfermamiento de la ciudad, del país.

—Yo soy el paria más pobre del barrio que tiene un solo par de zapatos y muchas penas.


     Hay que coger el toro por los cuentos. Y acornear con un lenguaje más veloz y más voraz los hospitales políticos del país. ¿Malvivimos en una democracia enferma? ¿Y de qué virus están infectadas estas españas que antaño bebíamos con delectación?

—Yo soy una trabajadora sanitaria del Bierzo que se pregunta quiénes y para qué cojones nos trajeron los ébolas de África.


     Cada vez se piensa menos, esa es la enorme pobreza del alma burra hispana, cada vez hay menos pensamiento social, las ideologías se han estancado en las cloacas. Así que deberíamos beber más vino, estar más ebrios, y actuar con más entusiasmo. Lo expresaba muy bien el casicheco Béla Hamvas en su Filosofía del vino: “Del entusiasmo procede el verdadero pensamiento. El vino nos enseña que la ebriedad no es otra cosa que la forma superior de sobriedad, la vida iluminada”.

—Yo soy un gitano del Sil que viene restañando cazuelas desde los años ochenta, y así voy tirando con este hígado hecho polvo.


     A este lado de la lluvia vuelan los gorriones sin temor de que los fusilen. No deberíais entonces renegar de la ciudad que dio sentido a vuestra infancia, de estas calles con los trapos en cruz. Al otro lado uno se cansa de ver y escuchar tanto fango y tanta herrumbre y esas jaurías que nos amenazan con un infierno en sus dientes.

     A este lado de la lluvia todavía al despertar tenemos ganas de ponernos los ojos y contemplar las maravillas de la otoñación. ¿Habéis aspirado los aromas de esos membrillos que sostienen el sur? Al otro lado les estrangulan a los telesúbditos las vergüenzas patrias, les enfangan con pedofilias, tarjetas opacas putrefactas y otros abusos económico-sexuales...


     A este lado de la lluvia se alegran los castaños de Indias de vernos caminar... Y han abierto un café en mi barrio que es fotografía/poesía/cine/música... En el café Termita hemos de vernos con un fardo de poemas como pieles sublevadas. ¡Que vengan atardeceres más sucios y noches más putas! ¡Ahí estaremos, Antonio, con el alma puesta al sol de los membrillos!


BALADA DE CONTRAOTOÑO


   Esta manía de revolver cada mañana los posos de la conciencia... y la desilusión de que apenas comprendemos la barriada, la ciudad, el país.


   Y en una de esas callejuelas que van a dar al Sil me encuentro con un bala perdida, uno de esos tarambanas sin oficio ni beneficio... ¿Qué hace al mediodía junto al río? Ninguno de los dos llevamos prisa. Y tropezamos con pedazos de pancartas derrotadas, restos de amores burocráticos, trocitos de instrumentos musicales que aplaudieron ciegamente a los ciclistas.

— ¿Así que van a establecer y exigirnos un impuesto mensual sobre los sueños?


    Ya no soñamos como antes. Pero él sí se siente vigilado por las noches. Y hace más de veinticinco años que busca el equilibrio emocional. ¿Cuál es la ideología política del pan que seguirá reivindicando?

— ¡Qué otoño de melancolías ni qué hostias! ¡No hay que tener miedo de lo que va a venir!

   No quiero pensar qué será después de noviembre Cataluña, pero yo continuaré leyendo a Josep Pla en catalán. La maravilla de Les hores, su exaltación de la vendimia y de las setas y de los últimos grillos... ¡en lengua catalana!


     Cada vez más sucio este patio de luces donde oímos más palabras que se arrastran, más rabias que abandonan su juventud en la estación de lejanías. Oh, felices aquellos que creen que con cuatro poemas bien escritos en estos tiempos de penuria ya han contribuido a la fermentación de la justicia social.

— ¿En qué patria han comenzado a arrojar diputados y senadores a los contenedores de basura?


   Necesita nuestra memoria reordenar sus anémicos paisajes otoñales. ¿Cómo se hicieron las transiciones desde el infierno de aquella dictadura al paraíso artificial de las democracias occidentales?

—Me parece que ni tú ni yo estamos ya para celebrar el día europeo contra la depresión.

    Pero podríamos recomenzar y rebelarnos de una puta vez contra el crepúsculo de las ideologías, mi tarambana. ¿Qué hacemos tú y yo solos a este lado del río? Ya está bien de soledades y perdidos y sonámbulos...

—A Mafalda le pasaba lo mismo. Por cada sueño libertario que le cortaban lanzaba un zapato contra las estrellas.


    Ya no soñamos como antes, es cierto. ¿Y si pasado mañana nos exigieran un impuesto sobre las utopías que en la noche nos forjamos...? ¿A qué andamos, pues, viviendo?

    Y por ahí seguimos, el bala perdida y yo, reinventando la ilusión de la barriada, la ciudad, el país...



SOLEADA CIUDAD DE LAS BICICLETAS


     Habéis de saber, incrédulos del Noroeste entero, que la templaria ciudad de Ponferrada se ha hecho al fin famosísima en todos los mundos posibles, virtuales y reales que actualmente coexisten en la Tierra. Desde el céltico santuario de San Andrés de Teixido hasta el confín sudoccidental del continente Australiano se la conoce ya como la Soleada Ciudad de las Bicicletas


   ¡Viva el sol que nos deslumbra! ¡Viva el sol que cada jornada de ciclismo nos ofusca el entendimiento! ¡Y que el movimiento que nos dictan las bicicletas no se confunda entonces con el relámpago social que ruge en los suburbios!


    Se cuentan maravillas, en los cuatro puntos cardinales del planeta se ha oído decir que por la Soleada Ciudad de las Bicicletas pasa un río muy rico, si no en cangrejos de pata blanca y truchas, sí en sardinas comunes, sardinas como arenques del color de las anchoas y más sabrosas aún que los salmones chilenos del Toltén... ¡Pasa el mítico río Sil, amantes de los velocípedos! Un río que fue del oro prerromano y otros metales no tan nobles, y aún pueden los adolescentes bañarse en cada una de sus cinco piscinas naturales... ¡Es el Sil, y no el Shil! ¡Que este es otro river, el helvético Shil, más manso y más trivial, y cuyas aguas amenizan los sombríos puentes de la Zurich de Suiza!


    Bárbaras noticias sobre la Soleada Ciudad de las Bicicletas se están difundiendo estos días por las radios y televisiones de todo el mundo. Se han visto corzos, jabalíes y osos pardos cruzar sus bulevares más modernos después de medianoche. Se guardan en los sótanos de su medieval castillo del Temple el Arca de la Alianza de los judíos y el Santo Grial de los caballeros del rey Artús. Es ciudad carbonífera y ferroviaria que vive entre nieblas desde los primeros días del mes de noviembre hasta después del Carnaval. Y cada vez que las torres de la fortaleza del Temple se hunden en las brumas que suben del Sil, se retrasan entonces todos los trenes de vía ancha que vienen del Oeste Galaico, se abaratan los precios de los paños, metales y chirimbolos que venden los gitanos en la plaza de Abastos, se quedan varadas en las arenas de la Bahía del Pajariel extrañas estrellas de mar...


    Desde el Barrio Rojo de Amsterdam hasta el Ateneo Republicano de Palafrugell, desde la última playa de Letonia hasta el Gran Kursaal de Budapest y más allá... ¡No hay rincón, prostíbulo o catedral del orbe civilizado en que no se hable hoy de los fenómenos y maravillas de la Soleada Ciudad de las Bicicletas! ¡Y había que contarlo aquí para escarmiento de los incrédulos y maliciosos del Noroeste Atlántico!