PLÁTICA TEMPLARIA


      Pasaban ayer por el este de la ciudad dos chinas con traje de montañismo y tocadas con un sombrero de paja enorme. Sorry, ¿hacia dónde van?
      ¡Haciendo el Camino de Santiago! ¡Dos peregrinas chinas! ¡Y con vieira y bordón!


      Buscaban un bar para tomar un refrigerio y en Ponferrada somos muy hospitalarios. Así que nos fuimos entendiendo de aquella manera...
      ¿Veinte millones de católicos en la China comunista? ¡La Virgen María! Y que el gobierno los espía y los persigue, y que encarcela a todos los sacerdotes sospechosos de anticomunismo...
      Pues aquí en Ponferrada viven bastantes chinos, pero no sabemos si son católicos, musulmanes, budistas, ateos...
     No, no, esas cruces que habéis visto ondeando por ahí no son símbolos de Cristo, ¡son cruces templarias!, es que estamos en fiestas y...

    -¿Templalios?-- y se echaron a reír y abrieron entonces una guía del Camino y me mostraron la fotografía de un castillo irreconocible.


      ¿Pero no habéis visitado el castillo de los Templarios? Todavía no, y por ahí fuimos derivando y no sabéis lo difícil que resulta dar a entender a un par de chinas católicas de la China comunista lo que fuera y sigue siendo la Orden del Temple y el Misterio Templario y el sentido de las Noches Templarias de Ponferrada...
      Monjes y guerreros, eso es. Y defendían a los peregrinos allá en Tierra Santa... 

-¿Como los samurais japoneses? 

    Bueno, se les podría encontrar algún parecido...
    Y luego explicarles lo que era un gran maestre, y que Guido de Garda había sido maestre de la fortaleza de Ponferrada y había hecho jurar a todo el pueblo que volviese cada año a renovar el compromiso festivo con su leyenda hasta que el tiempo borrase la línea del horizonte...



      ¡Un poema chino era la cara de las chinas! El cuento y el mito iban embelesándolas...
     Y esa noche, ¡oh noche de luna llena!, llegan los caballeros templarios, con el pelo cortado al ras, y en la glorieta del Temple, a un kilómetro de aquí, son recibidos por miles de vasallos ataviados con ropajes medievales, y algunos a caballo, y casi todos mamados de orujo y ron, van desfilando hasta el castillo con el Arca de la Alianza y el Santo Grial...

     --¿El Santo Glial?

     Ah, hermosas, eso son palabras mayores. Y se realiza entonces el juicio a la Orden...

     --¿Escupían al culifijo?

     Y veneraban también un ídolo con forma de cabeza de cabrón, y a los novicios se les obligaba a besar el ombligo, la verga y las nalgas de los caballeros...

     --¡¡¡En las nalgas!!!-- exclamó una china.
     --¡¡¡Pevesos!!!--exclamó la otra china.

     Perversos o no, en esta ciudad seguimos celebrando con gran júbilo su misterio y su filosofía. ¡Y cada día hay más templarios! Podría hablaros también del gran Templarín, hermosas...
    Y quedamos en vernos a la noche, junto al albergue de peregrinos, para beber unas cervezas en la feria templaria. ¡Pero no aparecieron!

 

A LOS TOROS CON LA DAMA DEL ALBA



    Estábamos la otra tarde en el Café, celebrando la entrada del verano y hablando sobre los ritos que se practicaban en la noche de San Juan, cuando entró el Peta del barrio tarareando Suspiros de España. Y traía en una mano unas hojas de periódico y en la otra su flauta de madera.

--Me sé ya de memoria las cien medidas... que ha presentado el alcalde de León... para devolverle a la ciudad... en cien días, ¡¡¡en cien!!!... la imagen que se merece... O sea que, si me pagáis unas cervezas, os las recito cagando melodías.

   ¡La Virgen! Ya empezamos. No son horas, Peta, dinos qué hogueras piensas saltar la noche de San Juan... Y comenzó su letanía.

--Una: Promover la instalación de una escultura homenaje al Pendón Leonés.

   Y a continuación trenzó en la flauta las primeras notas del Clavelitos. ¿Pero se puede saber quién es ese Pendón Leonés, Peta?

 --¡Cabrones sois! Otra medida: ¡Actuación contra los grafitis y pintadas indiscriminadas!

   Y ya emprendía muy feliz el Si tú me dices ven lo dejo todo, cuando se le cayó la flauta y lanzó entonces una blasfemia contra el grafiti de Marylin colgado en la pared... ¡Será contra los grafiteros, Peta!

--Aquí pone grafitis, joder, no me calentéis. Otra medida: Puesta en marcha de un plan para facilitar la instalación de ascensores en las viviendas antiguas.

   Y tras beberse media jarra de cerveza y coger todo el aire que cabía en sus pulmones, enlazó con mucho brío los primeros pentagramas de La Bamba, y todos nos entonamos durante un buen rato al son de “Para subir al cielo, para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra cosita...” Hasta que nos mandó parar con aspavientos de director de orquesta.

--Otra: Potenciación de la Policía de barrio y refuerzo de la presencia policial en toda la ciudad.

   Y se echó a reír, porque sabía bien que ni de coña acertaríamos la canción que iba a ejecutar, y soplando como un profesional enfiló la muletilla famosa del Pacto entre caballeros de Sabina, “Mucha, mucha policía, mucha, mucha policía...” ¡Hostia, Peta! ¿Cuándo aprendiste esa?

--¡Quietos, que van tres más! Recuperación del templete de música del paseo de la Condesa. Atención y arreglo de las boleras de la ciudad y... que el alcalde no cogerá vacaciones en verano.

   ¡Bien, Peta! Y el flautista se emocionó y nos regaló entonces el estribillo de aquella canción de Aerolíneas Federales... "Vacaciones, los cojones, es mejor trabajar, sí papá, sí papá..."

   Y ya no nos recitó más medidas: el Peta dijo que se estaba haciendo tarde y de pronto empezó a cantar “A coger el trébole y el trébole y el trébole, y a buscar el trébole la noche de San Juan...” Y por ahí seguimos, con las manos y las jarras de cerveza en alto, hasta que el Peta se cansó:

--Si este señor implanta esas cien medidas en cien días, me quito los pendientes y peregrino hasta La Mancha a echarle los tejos a la Cospedal.

   Y envolviendo su flauta en las hojas de periódico se nos fue diciendo:

--La noche de San Juan no contéis conmigo. Al día siguiente me voy a los toros con mi dama del alba.

INVITACIÓN AL RÍO


        Si hoy os invito al río es porque no me gustan los ruidos de esos tambores de guerra electoral. Traen esos tambores presagios de violencias temibles y batallas sanguinarias y no, no me gustan. Así que la melodía clara y profunda de los ríos.



       Regresemos por un día a la materia fluvial del Reino, al encanto de sus ríos con cuentos y leyendas en su orilla. Es otra manera de continuar luchando en el frente de la paz. Porque un río es ideología tersa+literatura pura. Si de chavales jugasteis alguna vez con las aguas de un río, es muy probable entonces que no hayáis perdido la fe en la revolución de las corrientes.

      Los ríos, como los trenes, son poemas que quedan grabados en nuestra piel desde la pubertad. A los ríos y escuchar la canción que llevan dentro. Los ríos como una invitación al vals de la memoria, de nuestra compleja historia comparada.




      ¡Qué triste oír decir a los ancianos “corren malos tiempos para la quietud en nuestra España”!

     No me gustan los aullidos de esos tambores de guerra electoral. Y presiento que tampoco vosotros habéis perdido la fe en la transformación de la política y esta rancia democracia, en la revolución de los dorados panes y los peces...

     Al río, regresar al río como quien regresa de noche al silencio de su casa. Y escuchar entonces el origen de las vegas y los pájaros, aprehender la arqueología del paisaje y las conciencias. Y pronunciar en voz muy baja sus nombres para descubrir sus etimologías lánguidas y míticas: Esla, Bernesga, Burbia, Luna... ríos construidos con salivas célticas, romanas...


    Ah, la totalidad de sus aguas, de sus tres mil kilómetros de aguas, entregando al fin su espíritu al Duero dios...

    (Y me detengo aquí un momento para invitaros a navegar por el curso de ese precioso Corazón de roble que ha trazado Ernesto Escapa, un fascinante viaje por el río Duero desde el pico de Urbión hasta la ciudad leal de Oporto)




     ...los ríos como teorías verdaderas del conocimiento, los ríos veraces contra las manipulaciones viles del pasado y del porvenir, contra la involución de las dialécticas reaccionarias y cobardes. Porque no nos gustan los rugidos de esos tambores de guerra electoral. Porque creemos aún en los manantiales de la imaginación y la lógica pacíficas. Los ríos como vestigios sobrenaturales de quienes engendraron estas fértiles riberas.

     Regresar al río, al río de ancho caudal o al de levísimo rumor, para aclarar el ropaje de nuestra inestable inteligencia. Para no perder la fe en las estructuras de la transgresión y las utopías necesarias. Por eso os invito hoy al río, porque no me gustan los presagios que escupen esos tambores de guerra electoral.

VICENTE PUEYO, in memoriam


            Al otro lado del río, y entre los álamos, la blanca yegua desbocada acechándole...
                                        No sólo los adolescentes envejecieron la tarde de ese domingo.

            Y cada columna suya era de seda y dura... Aquí ha ocurrido algo atroz, ni toda la filología del mundo puede reconstruir su ausencia. Su ausencia parte el periódico por la mitad.

            Nos saludábamos los miércoles con un “salud y forza” y el suyo era un caluroso abrazo que decía “bravo, compañero, estoy contigo, juntos vamos en el mismo tren”.

            Principios de junio, esa puta yegua nos ha vencido una vez más, le dejó tirado en el asfalto, “como una bicicleta desmembrada en innumerables piezas”, cuando iba a regresar a la sombra de su trabajo, de su casa... La “aspillera” por donde disparaba cada jueves su semántica sutil, profunda, sensata, agudísima...

            Esa canción de su juventud enamorada, Le temps des cerises...
                 Le pareció siempre “una canción llena de romanticismo, una canción de amor que abría las puertas de una primavera sensual... Quand nous chanterons le temps des cerises... Pero su perfume sigue vigente, aunque los partidos al uso hayan perdido el olfato...”
                                                                    nos dejó escrito en su antepenúltima columna. Esa canción, ese tiempo de las cerezas, epitafio que seguirá iluminándonos, como el fonema líquido y transparente del idioma que nos enseñaba.





            Y precisamente una conversación sobre árboles frutales tuvimos una mañana de sol, “esos árboles con sus frutos son sagrados”, geografía religiosa, ideología milenaria, “como el agua que se bebe en las cumbres de esas montañas”, me decía, y nos desviamos por la senda de la mitología leonesa y ya no recuerdo dónde desembocamos, pero ahí fue cuando vislumbré un trocito de su alma... aunque no puedo presumir de haberle conocido como se conoce a duras penas a un amigo, y sin embargo...

            El estruendo de su caída ha hecho temblar esta casa. Y no sólo los adolescentes envejecieron esa tarde dominical. Así que me detuve un rato y me senté en un banco del paseo y recordé su semblante... (he pronunciado en voz alta todos los adjetivos que sus compañeros de trabajo le han puesto merecidamente como corona a su persona, y ni uno más puedo añadir aquí, lo estropearía todo)
          Y al llegar a casa me puse a reflexionar una vez más sobre lo que significaba esa palabra, esa puta yegua blanca al otro lado del río, y lo que implicaba esta resignación, esta resignación que no nos lleva a ninguna parte...

            Agua sagrada, agua de nieve de la montaña de León hay que echarle a Vicente Pueyo, para que salga como cereza en el Huerto de la Eternidad. 

            “Hola, Vicente, ahí te va... Salud y Forza”


VERDES DE JUNIO Y DEMONIOS

       Más de una semana llevaba el Peta del barrio sin aterrizar por el Café: 
                                     “He ido a espantar mis malos humores a los altos valles del Silencio. No hay nada como los verdes salvajes de ese santuario para poder recuperar la paz con el mundo...


              Desde las cumbres del Silencio se vislumbra al atardecer el mar, y entonces me decía: ‘Este es el País con el que nuestros antepasados soñaron, esta es la faz del Noroeste con el aspecto que el Creador quiso darle’. La felicidad tiene ahí olor de verdes de junio hasta el mar. Y se podría incluso, si no fuese por los vértigos que se sufren, crear un arco iris de nueve colores. Al sol y a las sombras de esos valles no se puede ser desgraciado...



       Y mascando hierba estaba, escuchando la respiración de un arroyuelo... cuando me asaltó una manada de enanos, unos enanos horribles, esqueléticos, como esos duendes...

                             ¡Los reconocí enseguida!

        ¡Eran los demonios familiares de la democracia y el poder político real: demonios con rosa en puño, demonios con banderita azul, demonios con enseñas raídas..! Y hablaban una lengua plagada de palabras melifluas y no cesaban de agitarse y de escupir contra la hierba y el cielo.

               ¿Qué queréis de mí, mamones?, les pregunté.

     Intentaban con su diabólica oratoria seducirme para que siguiera su ‘senda democrática’, y pudiese abarcar así la gloria y la grandeza de sus diversos horizontes...




          Estáis equivocados conmigo, bandoleros, les dije, no me dejaré arrastrar por la vaciedad de vuestros discursos, por la falacia de vuestros argumentos...

       Y a continuación invoqué el espíritu de san Genadio, el de la monja Egeria, los de san Marcelo y san Facundo y los de todos aquellos eremitas y anacoretas que continúan protegiendo nuestros valles del Silencio. Y entonces los demonios se retiraron, huyeron despidiendo gases nauseabundos y gritando como condenados al ostracismo eterno...

         Pero, ¡oh caterva inmunda! Al rato regresaron, y otra vez intentaron atraparme con sus falsas oraciones ‘demo-cráticas’. Y al ver que de nuevo renegaba de ellos y les maldecía, comenzaron a arrojarme venenos y a injuriarme:

     ¿No serás del movimiento antisistema, socabrón?
    ¿No serás un puto fascista, uno de esos ácratas de la anti-globalización?
    Sí, eso es lo que eres, un anticapitalista de mierda, una asquerosa ruina de ciudadano. Los tipos como tú merecen la extinción política y social...

        ¡Presentí que estaban dispuestos a acabar conmigo allí mismo! Así que invoqué por segunda vez a los espíritus de nuestros antiguos ermitaños... ¡Pero no me asistieron, joder! Eché a correr entonces, corrí como un corzo hasta alcanzar la cueva de san Genadio, y allí dentro estuve refugiado hasta el anochecer...

    No sé cómo al fin pude librarme de esos terribles bicha-rracos. Pero aquí estoy... y con vosotros. Creo que merezco un par de birras, ¿no?”