CUENTO DE ABRIL


      Hacia la mitad del Cuento de abril se produce un alboroto de mil demonios: entre las doce y la una de la tarde se está librando una feroz batalla electoral en la popularísima plaza de Abastos, pues los diversos candidatos combatientes a la Alcaldía de la ciudad han convocado ahí a los vecinos a la misma hora del dichoso día, hay que joderse, compañeros, a la hora de mayor tráfico de verduras, legumbres y hortalizas y traperíos, bajo un cielo provinciano y antipoético...


   La cara de los gitanos es un auténtico poema, no saben a qué candidato escuchar, si al que amenaza con subir los impuestos a los vendedores ambulantes, si al que tiene la boca llena de manzanas, si al que promete más pedazos de suelo industrial, o al que está gritando como un energúmeno “¡Viva la reserva del monte Pajariel, coño!”


   Amadísimos ciudadanos, oíd la prosperidad que nos vendrá si les votáis, porque ellos son únicos, los únicos que dicen la verdad: los bercianistas, los socialistas, los exsocialistas, los populares, los expopulares, los excomunistas, los paranormales, los parasocialistas, los infrarrojos, los infraindependientes, los parabercianistas, los neonormales... El jaleo en la plaza de Abastos es descomunal. Y el palafrenero de don Álvaro de Bembibre tocando en una esquina la gaita de fole.


—¡Contra la política de los pufos económicos nosotros oponemos la política de barrio proletario!
—¿A cuánto el manojo de puerros, Eulalia?
—¡Contra la política esotérica de cabeza rapada y de salón nosotros oponemos la política a manos descubiertas!
—¿Y esas lechugas, Herminio, no estarán sulfatadas?
—¡Caciques!¡Caciques!—, rezonga una y otra vez la mujer del Manco, el verdulero más republicano del barrio de los Judíos.
—¡Contra la política de esos sectaristas y alcapones nosotros oponemos la política de las asambleas comunitarias!
—¿Y estas tres bragas, en cuánto me las dejas, Adelina?
—¡Esto tiene que ser la pura política municipal: una verdulera de la tierra rodeada de geranios honrados, o no ser absolutamente nada!
—¡Hay tantas onomatopeyas en sus discursos... que más parecen animales! ¡Si les seguís, os acabarán tuiterizando el pensamiento!
—¡No nos robaréis el sueño de vivir como antes de la crisis, capullos!
—¡Viva la reserva del monte Pajariel!


   Y aunque empieza a llover ahí siguen enarbolando sus antorchas y crepúsculos los diversos candidatos...
  El resto del cuento se me perdió, joder... Y no recuerdo ahora su final.


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