ÁRBOLES QUE NO SE CALLAN


    En la ciudad que vivimos nuestro barrio y su lenguaje se han vuelto surresistenciales. Nadie con dos dedos de frente pasea en silencio por la calle su insatisfacción, nadie quiere vivir como una huerta carnal que pisan las cigüeñas con placer. La más alegre es la calle de los que se sientan al sol con un geranio en la mano.


    Así que discutimos de política al mediodía alrededor de la fuente de los Mirlos. Antonio Pereira baja todas las tardes a las ocho del vino de la consolación y nos cuenta. A los peregrinos que se quedan a vivir en nuestras asambleas les regalamos una viola de gamba anarquista y un caballito de marx. Y cada vez que la noche cae sin mitología nos ponemos a contar la verdad sobre todos los trenes que nos han sustraído esos pendejos.


    En el café de Enrique Gil tres mujeres poetas se encargan de medir una vez a la semana la humedad relativa de la rabia del barrio. Aquí los árboles tampoco se callan y los más radicales han decidido reclamarle al próximo alcalde o en su defecto al concejal de cultura la erección de una biblioteca pública con cafetería en el corazón del parque de los Estorninos. Frente a las vías del ferrocarril he visto yo a una pareja de pasotas leyéndose poemas de John Keats y Paul Celan.


     A la hora de la melancolía de los viejos con síndrome de desahucio mental especulamos sobre los niveles subsolares a que serán miserablemente rebajados los salarios de esos chicos... En el país/ciudad que vivimos los amaneceres de este barrio tienen algo de la belleza de una enfermedad psicosocial. Los hay que arrojan sus tormentas por las ventanas y se quedan luego tan panchos leyendo los barcos varados en la bahía. Y hablando de palabras, cada vez que escuchamos "empatía" rompemos a llorar sobre el cemento, qué horror de sustantivo en boca de tantos antipáticos ministros, diputados, concejales y demás ralea.


     Ya he dicho que alrededor de la fuente de los Mirlos, y antes de beber los tintos que nos socializan, hablamos sobre todo de política municipal, del oscurantismo y el populismo y el megalomanismo con que nos amenazan... A veces la distancia entre la Nada y las chimeneas de la Central Térmica de Compostilla pasa por la avenida del Castillo y nos quedamos entonces con los funerales a cuadros.


    Amigos, en la estrepitosa ciudad que amamos nuestro barrio y su lenguaje se han vuelto surresistenciales: les horroriza la prosa administrativa periódica, la ausencia de aventura y de poesía en el habla que a diario construimos... Así que Antonio Pereira desciende todos los días a las ocho de la consolación y nos cuenta sus 'prescripciones del vino', sus 'tardes al otro lado'... una delicia.

[Ilustraciones: ''ESPEJOS'', de DAN GRAHAM]

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