VEINTE MANZANAS

      No soy capaz de saltar de mi barrio a otra ciudad, a otro país...

      Yo sigo atado a estas veinte manzanas, quiero decir que por mi barrio sigo peregrinando, por sus purgatorios y sus macetas de flores turbias, por los entresuelos de su utopía engrasentada, por los sótanos enmohecidos de su rabiar...


     Las estridencias de sus protestas las escucho hasta más allá de la medianoche, cuando pasa el último tren de mercancías, y ahí entonces penetro en las negruras donde yacen insatisfechos trozos de metal humano, salarios exiguos (por no decir de mierda), viviendas y barcas aplastadas, espinazos doblados por la desesperación...


     Su primavera se está haciendo trizas contra el muro del desengaño y el malvenir. Es jodido deambular por sus esquinas entristecidas, recorrer con valentía el ancho inventario de sus derrotas. Decía que su primavera es la mórbida primavera de los perdedores. Y quedo a veces contemplando las pocas rosas que le han crecido a este barrio mío y me parece que están todas marchitas...

       Hablo de vez en cuando con la quiosquera, con la frutera, con el panadero, con el zapatero, con el dueño del gastrobar... y es como si se les hubiese consumido el agua, como si les hubiesen despojado del frescor. Pero yo estoy con mi barrio, no soy capaz de saltar a esos otros temas tan abstractos y tan exóticos como las corridas de Venezuela o los chavistas del poblado de Tordesillas...



      Yo estoy con mi barrio, aunque también sea una manera de estar en la Nada del mundo.


EL SUEÑO DEL UROGALLO

       Fue un sueño breve. Yo regresaba de las flores de los manzanos y otros ámbitos frutales, cuando apareció el Tren del Burbia. En la estación de Parandones se detuvo y la locomotora tenía ese no sé qué de aquellas locomotoras que desembocaban en los apeaderos del mar. Y yo me subía al último vagón como quien entra en uno de esos cuadros con humos y trenes del Impresionismo.

        El arranque fue estrepitoso, al estilo de algunos poemas de Ezra Pound. Me senté y lograba al fin posar los ojos en el cuento de Antonio Pereira ‘Don Eloy, deje salir a Dorita o me mato’, y ahí me quedé gozando...


       Hasta que habló el único pasajero con rostro humano que me acompañaba: “Es una pasada viajar en este tren”. Y sacó entonces el fiambre de un urogallo que llevaba escondido en un saco de cemento. “Se llamaba Mariano”, dijo. Y lo acariciaba, al fiambre, como si fuese de verdad un ser humano… ¡¡¡Y es que el rostro del urogallo era clavadito al rostro de Mariano Rajoy!!! “Yo también fui un pobre notario de provincias”, acabó confesándome.

        Y de pronto el urogallo cambió de rostro y tomó el rostro de ¡¡¡Pedro Sánchez!!! ¡¡¡Horror!!! Hasta que me confesó algo terrible: “Yo antes fui también un inútil senador arribista”. Y fue el rostro del urogallo deformándose hasta cobrar el rostro de ¡¡¡Pablo Iglesias!!! Y por cada nueva confesión que me hacía –“Yo también fui un pobre concejal de Cultura”, “Yo también metí pasta en Panamá”— el urogallo iba cambiando de rostro... ¡¡¡Cabronazo de urogallo!!!


      No sé cómo sucedió, pero de repente aparecieron sentadas a su lado dos olímpicas mulatas, y este hombre comenzó a rogarles que compartieran con él la pena del urogallo y su defenestración... Y así lo hicieron, brindando con enormes vasos llenos de vermú... Y el Tren del Burbia quedaba atrapado entre unas nieblas del color de las avellanas...




RÍOS SALIDOS DE MADRE

     Por algo tiene que ser que nuestros ríos estén saliéndose de madre. No se desbordan los ríos gratuitamente.

   El Bernesga, el Torío, el Órbigo, el Sil... esos ríos construidos con etimologías subversivas.


       Un río es ideología empapada de literatura dura. Y un río salido de madre amenaza la arqueología del paisaje y las conciencias.

     Se palpa su violencia en las tabernas, en los talleres, en las calles de tu barrio... Se precipitan como lobos contra esta tierra anestesiada, se arrastran salvajemente reclamándonos más cojones y más vergüenza.


    Escucho sus aullidos proletarios, sus crepitaciones de robles absolutos, sus estruendos de vencejos anarquistas, y se me pone la piel de río en guerra.

     Por algo tiene que ser que nuestros ríos estén saliéndose de madre.

   Yo no he perdido aún la fe en la revolución de las corrientes. Los ríos como trenes desbocados escupiendo sus espumas negras contra los mangantes, petardistas, estafadores, toda esta ralea que nos engaña y desgobierna.

     Por algo, digo una vez más, siempre por algo tiene que ser que nuestros ríos estén hoy salidísimos de madre.


JARDÍN DEL DIABLO


       Hablando de horizontes, tal vez estas tierras mineras del Noroeste, dentro de un puñado de años, treinta, tal vez cincuenta, sean desiertos, y los desiertos, ya desde los tiempos bíblicos se sabe, son los vergeles del Diablo...


    Imaginad al Diablo, compañeros, con un sombrero de zarzamoras y gorriones disecados paseando su hediondo cansancio postindustrial por estas riberas del Sil, del Torío, del Bernesga, y tratando de joder la profunda geometría del arcoíris...

    Y los herederos, los biznietos de quienes lucharon y murieron en esas galerías del malvivir, serán los parias que acudirán a las urnas de junio con cara de féretro, hinchados de antracita sus rostros embrutecidos...

      Y esos valles y barrios donde a los niños se les pudrieron la lluvia y los juegos del gritar al mediodía, esos puentes que llevarán a ningún misterio primaveral, esas plazas y aldeas a las que llegarán en drones biodegradables los mercaderes de bellísimas promesas electorales, vendedores de milagros arrojando en rollos de papel ecológico la resurrección decimosexta del sector minero y el enésimo renacimiento del subsector vacuno... "Pues qué se hicieron las vacas y los gallos, amadísimos electores, bienaventurados vosotros que aún habitáis esta región tan henchida de tesoros minerales, esta arcadia perdida que un día fue una fotocopia del paraíso agropecuario e industrial y bla bla bla...", este tipo de discursos nos soltarán... 


       Echaremos de menos las mitologías que volaban hasta los confines de las ideologías revolucionarias... Y los trabajadores del final de las cuencas mineras ya habrán arrancado seguramente hasta los testículos resecos de los perros que ladraban asentimientos y resignaciones...

     Porque si hablamos de horizontes, no me reprochéis, amigos, que imagine nuestro territorio como un desierto/jardín del Diablo por donde pasearán sus ímpetus atormentados ciudadanos de tercera que continuarán acudiendo a las urnas de junio con cara de ataúd...