Así que fuimos a apañar cerezas. Vivimos en un país donde también las cerezas están por los suelos, pero casi nadie quiere tomar posesión de la fruta real, del fruto cierto de la tierra. Como si la vida estuviera en otra parte, al otro lado del horizonte y entre cipreses. Ante la incertidumbre electoral, existencial, no la poesía de la experiencia o de la trascendencia, sino las cerezas.
Y por el camino íbamos recordando aquellos tiempos en que todavía nos subíamos a los cerezos ajenos y las comíamos de dos en dos y el mundo era tan pequeño y redondo como una cereza azul. Y en el bar donde quemábamos la tarde, otros chicos más sensatos, más precoces, nos contaban que habían descubierto una novela que excitaba tanto como el póster de la Jane Birkin en bikini que teníamos escondido en la habitación, la sexy rubia del “Je t'aime moi non plus”, delicioso himno a la libertad sexual que andábamos buscando, y cómo nos poníamos algunas noches con el póster. Joder, los días se nos iban desenredando como cerezas y el presente era también un tiempo lleno de símbolos políticos revolucionarios, esbeltos símbolos del color de las cerezas. Y en el escaparate de una de las librerías de la villa habían colocado “Las 50 palabras claves del Marxismo”, y una tarde nos atrevimos a comprarlo y con la luz que entraba por sus anchas ventanas sociológicas íbamos vislumbrando la Democracia Real , “Democracia Real Ya” y otras consignas por el estilo que coreábamos de vez en cuando por el barrio, pero quién nos robaría luego las cincuenta palabras, aquellas bombillas de nuestra furtiva literatura juvenil...
Y llegamos al huerto de los cerezos, qué perfume, mon amour, y recordamos entonces que una de las novelas con que se excitaban aquellos chicos precoces era “Las cerezas del cementerio”, sensualismo exquisito del Niño y Grande Gabriel Miró, voluptuosidad micropoética que saborearíamos nosotros más tarde, en plena democracia parlamentarista, cuando ya habíamos comenzado a indignarnos, a descreer de quienes empuñaban las rosas, aquellas rosas un poco marchitas y socialdemócratas del primer felipismo, pues nos habíamos escorado hacia la izquierda de la izquierda política estatal y municipal, pensando que era posible otra democracia, una democracia más real, más profunda, más cereza.
Así que apañando cerezas estuvimos hasta el anochecer, penetrándonos de su intenso perfume de fruta roja y real, de su brillante carnosidad revolucionaria. Las cerezas... enredadas para siempre con la “Democracia Real Ya”.
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