EL BRAMIDO DE LOS OSOS



       He estado toda una tarde escuchando los sonidos de un pueblo abandonado. Su voz es como el bramido de un oso corriendo montaña abajo sobre las alas de las abejas... 



     A un pueblo abandonado hay que escucharlo con mucho mimo, como se escucha a una liebre de ojos verdes o a un sauce llorón. La gente pasa por ellos y como si pasara por delante de un carretillo lleno de tripas de cerdo. Me habían dicho que le quedaban muy pocas semanas de vida. Así que hice una escapada hasta allí. 
    ¡¡¡Todos difuntos cuando llegué!!!


    El último, la mujer de un ferroviario, se había muerto rezando las Navidades pasadas. Luego el guardabosque me indicó dónde meaban los jabalíes y se largó. Es urgente fundar cuanto antes un Comité de Defensa de los Derechos de los Pueblos Abandonados de León. Cualquier día aparece un coleccionista chino de pueblos abandonados y se los lleva todos a Shangai...

      Al principio me sentí como un bárbaro: no entendía bien la lengua, ni los sentimientos, ni los dioses de aquella gente. Pero en ningún momento el escenario me llenó de melancolía o algo parecido. Y empezaron las letanías. 

“¡No serás de la Junta y vendrás a jodernos!” 

    Me senté un buen rato junto a la fuente, pensando en lo que significaría un pueblo así para los urogallos. 

“¡No serás del Ayuntamiento y vendrás a jodernos!” 

    Busqué el cementerio por todas partes, pero no aparecía... ¿Dónde coños enterraban a los muertos? Colgado de un poste de la luz se balanceaba un fregadero de acero inoxidable. Iba a entrar en un cobertizo del que salían olores de matanza, pero se me pasó por la mente que aquello podía ser un matadero ilegal y... no me gustan los mataderos ilegales. ¿A quién estarían esperando aquel par de botas y aquel cuchillo carnicero? Sobre un panel que anunciaba obras de la Junta de Castilla y León habían arrojado pintura negra y garabateado ‘Asturias’. 

   “¡No serás del Plan del Carbón y vendrás a jodernos!” 



    Por aquellos peñascos de Dios debieron de disparar sus últimas balas los guerrilleros del 45. ¿Qué le hizo falta a ese pueblo para que no se le fuera la vida? 

“¡No serás de la Diputación y vendrás a jodernos!” 

     Por el boquete de una mina salió entonces una bandada de tordos. Se posaron sobre el alero de una cuadra y se quedaron mirándome, con esos ojos de buey que ponen los tordos cuando mendigan unas migajas de la Junta. No soy de la Junta, les dije. Y les di la espalda. Pronto brotarían los frutos salvajes...

      Hasta que apareció el jodido perro, un perrazo blanco tan grande como un mulo. No sé de qué raza sería. Pero no ladró. Ni hizo amagos de pasar al ataque. Se quedó allí sentado, lamiendo el vacío... 

     Cualquier día aparece un coleccionista de Shangai...


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