HOJAS DE OCTUBRE


    Llegó vestido como un excéntrico juglar medieval, arrastrando ramas abiertas al poniente, y sobre los hombros un nido de estorninos que piaban contra el ocaso del Sol. No era muy agradable el olor que despedía. Lo reconocimos cuando nos saludó en su lánguida lengua gutural, y le invitamos a sentarse a nuestra mesa, pero prefirió quedarse de pie ahí... ¡Soberbio Octubre! Estábamos hablando de los cementerios, de la reconversión de los cementerios en bellísimos espacios escénicos donde declamar los penúltimos poemas revolucionarios, contar las más absurdas aventuras, o representar las piezas más dramáticas de nuestra decadencia moral y cultural. 

-Será en los cementerios donde crezca la auténtica literatura- dijo mirándonos con sus tremendos ojos de humo que ardía aún.


    Y comenzó entonces Octubre a arrancarse hojas de su áspera piel y a lanzarlas contra el cielo otoñal, para que al caer las leyera respetuosamente nuestro corazón.

-No olvidéis los bosques. Siempre en vuestra memoria el infinito crepúsculo celta.

     Eso decía la primera hoja que se posó sobre nuestras sucias manos. Y a continuación dejó Octubre caer una hoja cárdena brillante, en la que estaba escrito el microrrelato de la muerte de la minería del carbón. Tenía impregnada la sangre del pasado. ¿Por qué nos traía ahora ese dolor? 

-¡Ojalá te hubieran partido esas manazas de leñador visionario!- dijo mi amigo ya borracho. 

     ¡¡¡El entierro de lo que temía (incluso más que a una guerra civil) esta negrísima república!!! 

       Hubo un silencio de teorías otoñales. 


      Y continuó Octubre lanzando sus hojas lapidarias contra el porvenir. Y dejó caer la hoja en que preludiaba un ataque de la enfermedad mental de la depresión. Nos invadió de pronto la conciencia de que el mundo derivaría hacia la sumisión, hacia su domesticación intelectual... Y nos acordamos entonces de ese hombre que anteayer tiró los muebles de su casa por la ventana, ese loco que seguramente cada medianoche veía peces blancos de hedores pensionistas y disparaba luego venganza contra las insulinas que lo perseguían.

    Así que no había venido Octubre para proclamarnos el fulgor de las colinas henchidas de vino, o el resplandor de los castaños del Bierzo después de la lluvia. 

       Y en la última hoja que nos arrojó contra la cara pudimos leer:

-Los genitales ferroviarios de altísima velocidad tardarán en rodar por el Bierzo. En cambio los lobos de san Froilán seguirán comiéndose la ovejería leonesa.


      Pobres de nosotros, ilusos que ya vislumbrábamos el AVE entrando la primavera próxima en la estación de Ponferrada. 

     Y con cara de calavera meditabunda nos quedamos cuando Octubre, tras calarse su sombrero de hojas incendiadas de octubre, se fue alejando hacia el ocaso. 


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