EL BOSQUE PERDIDO

   
      Es tiempo de setas, y por las setas nos adentramos en el bosque. ¡Ah, estos bosques del otoño que aún fecundan la república feliz que defendemos! Bosques atlánticos, mitológicos, bosques gótico-románticos, bosques mediterráneos...


   ¿Habéis oído hablar del peligro que corren nuestros bosques de ribera? ¿O es que ya no hablan vuestro idioma? Preguntadles a los ríos, al Torío, al Bernesga, al Sil... Y recordad que el bosque es un relato maravilloso, una mágica composición pastoral orquestada por un juglar omnisciente, y que está unido con los ciervos y los petirrojos por el misterio. ¿Y si en la región del olvido terminaran estos bosques? Habríamos olvidado nuestra propia historia, sería la expiración de nuestros humildes y pobres pueblos medievales.

    Vamos pisando un robledal, al atardecer, y miramos con miedo el silencio que hay entre dos robles, y oímos entonces crujir los huesos de nuestros antepasados... Porque un bosque esconde también batallas de guerras que no se acabarán nunca. ¿Quién de nosotros no ha vislumbrado entre sus ramas los resplandores de una batalla de aniquilación de la guerra civil? ¿Quién no ha escuchado el eco de unos disparos misteriosos en sus latitudes lejanas? Yo cada vez que me pierdo por uno de estos bosques acabo oyendo el ruido de una extraña detonación. Y casi siempre me asalta la imagen del viejo guardabosque de la Región cartografiada y narrada por Juan Benet, aquel Numa astuto y cruel que, armado de una carabina, defendía la tranquilidad del bosque prohibido y no se equivocaba nunca.


     Nacemos con un bosque en nuestra piel. Y la memoria de lo que hayamos sido se morirá en un bosque. Y sin embargo no se ha inventado aún un diccionario capaz de revelar la semántica profunda de todos nuestros bosques. Comprendemos apenas algunos de sus secretos diurnos. Sabemos que a sus animales carnívoros les sangran los ojos durante los eclipses de luna. ¡Ver salir el sol por entre las profundidades de un bosque de castaños, y sentir el rumor celta de su epifanía floral, y mirar cómo se elevan hasta sus copas los duendes de la insurrección! Así que estaréis de acuerdo con Yeats en que el espectáculo más admirable que jamás hayan construido la luz y la sombra es el que se contempla cada mañana en nuestros bosques.


    Pero el bosque no es solo el territorio de los solitarios, el exilio de los que sueñan para no volverse locos: es también una ideología revolucionaria, la recia ideología del trabajo digno y la libertad surresistencialista y republicana. ¿A qué otro paraíso podría el bosque conducirnos? Será por eso que como niños andamos siempre buscando el bosque perdido.


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