UN VIEJO Y UN LOCO


    Bajad, bajad a los estertores del barrio, ahí donde la rabia y la sal de los cuerpos más reales se desgranan sin pensar, y no sólo los perros se mean sobre sus cenizas...

   Al final de la calle se sientan el viejo y su amigo Morlito, parecen juntos un exilio en llamas. Es el viejo pensionista que antaño arrancaba con sus manos de peón ferroviario las negras escamas del Sil. ¿Adónde se fueron los barcos cargados de antracita que le saludaban al pasar?



   Y este viejo que se baba y se queda colgado del esqueleto del cielo... No le dejes caer, Morlito. ¿Contra qué hijos de mala madre está ahora blasfemando? Compañeros de fatigas, el viejo y Morlito: un pensionista desahuciado y un loco que de tarde en tarde canta para que no se les desintegre la ilusión. Morlito también pasaba hambre, y podría haberse arrojado a los brazos del éxtasis y otras mierdas psicotrópicas, en lugar de andar vendiendo pañuelos de papel en las encrucijadas, Morlito, duende de hojalata incapaz de amenazarle ni a un gorrión. Podría hablaros de la enfermedad mental que Morlito y el viejo vienen soportando, del origen de esas hojas/papagayos que caen de sus cabezas...


   Cierro los ojos y me crece entonces un país lleno de viejos pensionistas y de locos del hambre. ¿Es ese el país que existirá? Viejo que empuñaste las flores rojas de los trenes, ¡qué saben ellos de tu mutilación, qué sabe la presidenta del Fondo Monetario Internacional de la sangre que pisó tu combatir! ¡Si pudiera escribirle Morlito! ¡Si Morlito supiera, le escribiría a esa grandísima señora una carta con números y nombres y caballos que le rompieran la frente mezquina y el futuro que la parió!

   Morlito, y este pensionista atolondrado, y toda esa mi gente del barrio que no se apalanca, gente que continuará ametrallando con su lenguaje de arrabal las estadísticas oficiales de las mentiras económicas, de los salarios y las pensiones que más aún bajarán, que ya bajaron, señor Montoro, porque a Morlito y a su viejo no se les engaña así, y aun así no se les secará nunca la utopía en su árbol, ese lugar/quimera que usted confundiría con un cementerio abandonado.


    Cierro de nuevo los ojos y otra vez me golpea una geografía llena de viejos pensionistas esquilmados y de locos que berrean con el fuego al cuello por las calles del desastre. Y la nada que les duele es tan grande como el pasado reciente que les hundió... ¿Será posible ese país?


   Pero aparece entonces el zapatero del barrio, y se arrima a Morlito y a su viejo, y los tres se regodean blasfemando contra esos hijos de mala madre, y yo aplaudo su huelga de ramas abrasadas y les invito con muchísimo gusto al vino de la insurrección.


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