Los mendigos de ahora ya no son como los de mañana. Y gran
parte de la culpa la tienen las estrellas. Porque las estrellas ya no alumbran
lo que dicen que alumbraban. Por eso cada noche se ven más mendigos por ahí.
Así que los mendigos de hoy van a ser censados, serán identificados
municipalmente, y entonces se irán retirando de las aceras, de los bancos, de
los árboles, de las farolas, de las alfombras volanderas donde apenas si
dormían...
¡Ningún mendigo a la intemperie! ¡Ningún mendigo mendigando!
¡Ningún mendigo! ¡Sanseacabaron los mendigos!
Los mendigos venían del país del hielo y el sol de
medianoche. Y ahí en plena calle se posaban, y piaban como los estorninos y
perturbaban la calma de nuestras malas conciencias. Cada mendigo era un gorjeo
de verdades frías, un trinado de sociología amenazante y diabólica.
Estridentes, turbadores, tenebrosos, los mendigos. Pequeños ángeles del acongojamiento
económico y existencial de la ciudad. Cada mendigo era un sermón y una morada
en rebeldía. Extendían la mano y comprobábamos entonces la temperatura de los
témpanos y el barro y el color de los espinos. Nos pedían migajas de
misericordia, dosis mínimas de cafeína y regeneración moral, los mendigos.
Y también vosotros os deteníais frente a su adverbio de
lugar, y escuchabais al mendigo de vuestro barrio con veneración. Su voz de
profundidad enmohecida, como de sótano inexplorado, se nos metía como un clavo
carne adentro. Y en las historias que lastimeramente nos contaba, en aquellas
aventuras llenas de esqueletos y disparos y cenizas y cangrejos de mar, se
presentía siempre la razón de su mala estrella que no se le rompería nunca.
¿De qué tierra, de qué pueblo había tenido que marcharse ese
mendigo? Ninguno de nosotros hubiera adivinado que trescientos sesenta y cinco
días antes cruzaba sin miedo las vías y era el maquinista más feliz de los
trenes que transportaban carbón hasta el océano Atlántico.
¿Desaparecerán de estas calles y plazuelas los mendigos?
Entretanto habría que gritar bien fuerte que cada noche se ven más mendigos en
las cerraduras de los patios y en las arpilleras de los jardines y en los
bordes de las alcantarillas de todas las ciudades del país.
Tal vez un día no lejano oigamos decir: “Nuestra ciudad
estaba llena de mendigos, pero hemos remendado el agujero social, hemos sido
solidarios, de modo que hoy por fin está más limpia y transitable”.
Mas no por ello se habrán hecho invisibles en sus superficies los mendigos. La culpa... ¡La culpa la tendrán siempre las estrellas!
Mas no por ello se habrán hecho invisibles en sus superficies los mendigos. La culpa... ¡La culpa la tendrán siempre las estrellas!
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