ANTICUENTO DE LADRONES


     El otro cuento de noviembre comienza con unos tiros, unos cartuchos que al caer la noche sobrevolaron los sotos y los bosques del Bierzo y fueron a estrellarse contra las nieblas pordioseras del Oriente. ¿Quién disparó?

    Disparó contra quienes andan ladroneando castañas y otras fortunas por nuestras huertas y florestas. Dicen que vestían como esos adiestradores de animales que salen en los circos. Y que escupían espumas contra sus manos antes de cargar los sacos a su espalda, y que no abrían la boca si no era para soltar obscenísimas blasfemias.


     La quejarrabia ha llegado hasta tu barrio. Pero nadie en tu barrio se ha creído que esos ladrones sean desdichados inquilinos de la marginalidad o de la mala inmigración. Nadie en tu barrio quiere ya oír que estuvieron currando por aquí como peones de mano, ansiosos de juntar unas monedas para ayudar a sus progenitores, y que habiendo perdido el trabajo juzgaron que no era cuestión de sentarse en un banco frente al río a llorar como pobres desahuciados, y entonces decidieron dedicarse al saqueo de estas huertas y viviendas.

-¡Cabrones!- exclamaron al unísono los más viejos de tu barrio.


    Alrededor de una hoguera yo los vi bailando, batiendo palmas hasta el alba. Porque yo también he estado espiándolos, si os contara sus padecimientos y sus ladronicios. Mas no me compadezco de ellos, pues han aprendido a vivir como prófugos entre fronteras, a ver si se enteran los sociólogos de pacotilla. Y sus patios hace mucho tiempo que también se llenaron de basuras, así que su pensamiento se volvió salitre, y al fin será derrota.

    El anticuento continúa con el encarcelamiento de esos miserables personajes, a los que ya habías prendido fuego en tu imaginación. No, no inspira lástima mirarles. Sus narices de boxeadores embriagados, sus cobrizas cicatrices infernales... ¿Y quién iba a pensarlo? Pocos días después por la puerta de atrás salían, saltaron sobre los caballos que estaban esperándoles, señor juez, me saludaron con sus sombreros negros de estirpe extranjera, y así se iban riendo de nuestra bandera nacional.


    Y termina el anticuento con un tiro. No tuvo el viejo los suficientes huevos para dispararle. ¿A quién? A quien le estaba robando sus castañas. ¿Así que disparó contra las maderas carcomidas del techo? A ver si huía aquel hijodeperra. ¿Y dónde escondía usted esta pistola? Ahí debajo. ¿Y dice que se hizo con ella en la guerra civil?

-¡Cabrones!- gritaron al unísono los más viejos de tu barrio.



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