Me encuentro con el Peta por la bahía al anochecer, acaba de
golpearle en la nuca una ola, una ola tan traicionera como el anteproyecto de
ley de protección de la seguridad ciudadana, y suelta rabias que deben de oírse
hasta en la catedral de León.
Cada vez se va volviendo más subversivo el Peta. Cada vez
hay menos luz en las noches de todas las ciudades del país. Andamos a tientas
por las calles agujereadas del arrabal. Se están poniendo enfermos de congoja y
de vergüenza estos barrios, así se estrellan sus pájaros contra los cables de
la represión.
Sin embargo no hace falta ser filósofo ni cuentista para cagarse
en Carlos Marx e imponer sanciones a quienes ofrezcan, soliciten, negocien o
acepten tratos con prostitutas cerca de los colegios y los parques. ¿Y a
cuántos metros de la puerta de entrada, mi general?
El Peta ha vuelto a fumar marihuanas y otras ramitas de aquellas
sustancias psicotrópicas. Y al Peta le excita que la Policía le prohíba acudir
a las próximas manifestaciones cubierto con su casco de vikingo. Hay que estallar
moléculas de hiel en todos los combates por la libertad. Hay que pasar una y
otra vez por encima de las canciones que ya no va a escuchar tu juventud. Le
brinca al Peta el animal social que a veces no le deja dormir.
Se alborotan de pronto las aguas de la bahía, alguien se ha
puesto a gruñir frente a las estrellas de mar que se han adherido al rompeolas.
Furioso golpea el Peta su pecho. ¿Así que la Policía podrá establecer “zonas de seguridad”, vedar
determinados perímetros urbanos para impedir que nos reunamos ahí como
personas? ¡No, a mí no van a rajarme los muros del vivir!
¿Y quién está tocando el acordeón ante el establo de los
caballitos de mar? Le escuchamos con unción, y recordamos entonces la aventura
de aquel hombre que anduvo por el Atlántico para ahogar los fantasmas del
asedio a la libertad de su país y de su sangre. Su casa se alzaba sobre un
acantilado y sin embargo fue atacada por los animales salvajes de tierra
adentro y convertida en un albañal. ¿Qué catástrofe espera a los mástiles de la
imaginación para este otoño? Es un placer oír el acordeón que reniega de esos
jurisconsultos atormentados por la doctrina de las prohibiciones. Y le damos
las gracias por habernos revelado su poema.
Por ahora tenemos la
bahía más libre del mundo. Suplicamos, pues, desde esta punta occidental unas
dosis de cordura a quienes han perdido la vista en un cielo de infracciones y
castigos.
-¡Locos por la bahía estamos!, grita el Peta.
Y nos quedamos mirando el mar.
-¡Locos por la bahía estamos!, grita el Peta.
Y nos quedamos mirando el mar.
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