¿ERA UN CUERDO O ERA UN LOCO?


     Tú y yo tenemos la impresión de que vivimos en un país por cuyos pueblos y ciudades circulan cada día más locos, locos de atar sueltos, locos de sed de mal, políticos y obispos que se han vuelto locos, locos que salen cantando de las cárceles y manicomios, locos que golpean el orden establecido destrozando los pentagramas del lenguaje... A este paso podríamos acabar enloquecidos todos, si es que no hemos perdido ya la chaveta y así nos habrá de salir esta columna.


    De modo que los cuerdos de esta provincia escolástica y ferroviaria que es León lo están pasando ahora bastante mal. Y así andan algunas noches con los ojos vendados implorándole a la vía láctea les conceda una hora de lluvia redentora sobre los cereales y las vacas y los robles para que no se mueran de demencia la primavera próxima. Otras noches se escapan cuerdamente del cuento de los vagabundos peligrosos y se van hasta los andenes de los puentes y estaciones y ahí dicen adiós gritando: “¡Esta tierra está tan fría, su pensamiento está tan débil, y sus ríos y raíles que podrían alejarnos de esta edad terrible!” Y mientras gritan experimentan a qué sabe la sangre que les viene trotando esqueleto arriba. 


    Les oigo decir adiós a sus pesadillas sobre el puente del ferrocarril, y siento entonces que había que gritar hasta arrancar los trenes de las vías muertas y darles al ministerio de economía y de justicia motivos para confiscar todos los pájaros que iluminan nuestros túneles, pues tal vez así se pondría en marcha esa regeneración que estamos todos anhelando.


     La tarde del lunes andaba yo rompiéndome la cabeza por la bahía del Pajariel, pensando en las raíces del fenómeno, cuando se me acerca un tipo de unos cuarenta años y tocado con gorro marinero, me saluda al estilo militar, deja caer al agua su caña de pescar, y empieza a soltarme de golpe toda su mala sangre:

-Hace ya dos años que no leo un puto periódico...Y he decidido orinarme en la calle para demostrarles que así barren ellos mi dolor... Me pisan en otoño y en verano esos hijos de puta, pero muy pronto comeremos juntos palomas podridas... Quién cojones se atreve a quemar las fábricas de su codicia... Mi mirada de monstruo les aterra... Pero son ellos los que mean la medianoche pacifista... Son como esos gusanos que salen de la arena tarareando el himno de las corrupciones... Yo podría llevar una vida normal si no tuviera el vicio de devorar monederos vacíos... Soy un pobre ángel al que le caparon las alas en un prostíbulo... El mar me mira cuando me duelen las hambres bajo el sol... Así que regresa a tu ciudad y diles que todavía no estoy muerto...


    Así más o menos fue su extraviada conjugación. ¿Era un cuerdo o era un loco? Es lo que hay, podríamos decir tú y yo mientras suenan los primeros compases del festival de jazz.


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