Regenta la
taberna desde hace doce años. Y cuando llegó de Colombia huyendo de atropellos
y miserias infames, le pareció Ponferrada una ciudad bonita y tranquila, y aquí
me quedé. La suerte y sus exóticos encantos le regalaron la administración de
este tendejón en un barrio de mucho alterne, hasta que la puta crisis lo arruinó.
Una mulata
enorme, con la miel del gozo cosida al jacinto de su cara, qué garbo y qué reír
y ese extraño esplendor en la mirada. Pero de allá, de aquel sucio puerto del
Caribe donde la persiguieron muchos hombres y tuvo que casarse con un ‘muerto’
y ella y su niña de tres años estuvieron a punto de morir... de allá no quiere mucho
hablar.
¡Y ahora
qué carajo! Se le están yendo los parroquianos de siempre, no están viniendo
tantos como antes. Y cada vez más borrachos a los que templar, tú sabes, hay
noches que no consigo pegar ojo después del miedo que pasé. Y del excusado a
más de uno tuve que sacar medio muerto y lavarlo y ponerlo a andar. Y encima la
niña, que ya cumplió veintidós años y que le anda con la cocaína y otras
mierdas y con qué pellejos. Así que cualquier día tendré que abandonar esta
taberna y adónde iré a parar. Por entre los labios le brota entonces una jara
blanca que evoca el vuelo suicida de un insecto...
Así está
ella, que se consume la vida pensando y pensando qué tapas nuevas va a
servirles, y cuánto pulpo y cuántos callos, y qué vino más bueno y más barato,
hijo, ya solo me falta cobrarles dos vasos por uno, ah, qué consumición me
entra por el pecho. Y te cuento algo más, te digo que tengo miedo de volverme
loca... Y estas carnes y cuadriles que se me están cayendo, ya poco me miro
al espejo, pero no voy a avergonzarme de mis tristezas.
A su hombre
no lo ve apenas, anda trabajando de camionero por Galicia, Portugal y qué sé yo
qué países más. Solo dos o tres veces al mes podemos estar juntos, y ya me dijo
que me mataría si me fuera con otro hombre. Y él cualquier día se me enamora
por ahí. Y yo muertita aquí. Vida perra esta, tú me dirás cómo voy a tirar así,
ya tú los estás viendo, cuatro gatos ahora mismo, cuando son las nueve de la
noche. A ti te invito a otra cerveza.
Pero yo no
me fui de Colombia para volver. Ya me saqué aquella tierra de este corazón, y
en esta ciudad querría quedarme, le cogí cariño. A pesar de todo, esto es otro
mundo. Sí, tengo que hablar con los municipales que llevan lo del cementerio,
eso me dijeron, que pocos nichos hay y que muy caros...
Vacila
entonces, cambia de gesto, por los pliegues de su frente mulata le cruzan
pavores de la adolescencia... Como si se espantase de la muerte.
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