TREN DE LOS DESAHUCIADOS


    Cada vez que paso por la cantina de la estación de ferrocarril, acabo hablando con alguno de los tipos que la rondan. Ahí sentado estaba, junto al ventanal, tal vez setenta años, tal vez acariciando la posibilidad de no subirse en el tren que estaba a punto de llegar. Y al verlo así, los ojos lloviéndole, la piel de sus mejillas tan renegreada como el dorso de un sargo crudo, le entré, preguntándole si tenía fuego. Cogió del suelo su mochila negra, la colocó entre sus piernas, volvió a otro lado la cabeza y fijó su atención en algo que parecía bastante lejano.


    De pronto me acordé de Silvano Toniolo, ese jubilado italiano de ochenta años que vive viajando permanentemente en los trenes con su mochila negra bajo el alma. Silvano Toniolo, desahuciado y arrojado de su apartamento del centro de Turín, se negó desde aquel día a vivir a la intemperie y lleva ya nueve meses sin bajarse de los trenes, salvo para cambiar de ruta y destino. Silvano Toniolo a lo mejor se muere mañana afeitándose en el lavabo del vagón de un tren con destino a Perugia, o a Verona, o a Spoleto.


    Pero este viejo que no tiene ganas de hablar, a saber adónde irá y por qué, y qué llevará en esa mochila negra. Podría ser uno de esos improductivos ciudadanos afectados por la hipoteca de su vivienda, uno de esos desahuciados que no han querido reconvertirse en maldecidos vagabundos del sistema y han decidido vivir viajando noche y día en la grupa de los trenes. ¡Cada vez son más los bienaventurados que se suben a ese tren! ¡El tren de los desahuciados! ¡Menuda vida padre se pegarán hasta que palmen!


    Tenía el tipo la boca un poco torcida. ¿Y si hubiera quedado inválido tras sufrir un ictus cerebral? Iba a entrarle de nuevo cuando comenzó a extenderse por la cantina un desagradable olor... ¡Los pies! ¡De sus zapatos brotaba humo, y un intenso chisporroteo y olor a piel chamuscada! Sin embargo ahora sonreía, aunque su rostro se había puesto blanco. ¿Qué le ocurre? ¡Era insoportable aquel olor a carne achicharrada! Y golpeó con furia sus manos contra la mesa, parecían dos berenjenas reventadas. Y el chorrillo de sangre que fluía por el suelo...


    Anunciaron la llegada del talgo por los altavoces y los dos nos sobresaltamos. Con grandes esfuerzos se levantó de la silla, y se fue cojeando hacia el andén. Lo seguí unos pasos, aún cabía esperar que soltase prenda si le preguntaba por qué se marchaba de la ciudad, verá, es que estamos realizando unas encuestas... Se volvió y dijo:

-¿Qué quiere que le cuente? Si no me voy ahora de aquí, mañana mismo podría amanecer muerto.

    ¡Joder! ¿Y eso? Y mencionó entonces el nombre de un puticlub de las afueras de la ciudad...

    Justo en ese momento el tren se detenía en el andén.


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