¡La ciudad que existe en esta vieja taberna! Ahí de vez en
cuando volvemos con el atardecer al hombro, y se nos encandila el alma. Porque
el bar Tomelloso es una alegoría de la silenciosa resistencia civil, de la memoria
urbana que no podrán derrotarnos nunca. Ahí el tiempo se ha ido deshojando a
mano limpia. Pero se palpa aún el revolar de amigos idos.
Y me contaba muy afablemente la dueña el otro día retazos de
su historia. El fundador del bar (no recuerdo su nombre) lo llamó así en honor
de aquel íntimo amigo del pueblo de Tomelloso que había conocido en el ejército,
cuando España reclamaba a golpes el advenimiento de la república segunda y en
el otro mundo nacía el Che Guevara. ¡Las sedes y hambres que desde aquellos
tiempos se habrán aplacado en esta taberna! Y habéis de saber que en el
Tomelloso se pueden degustar los riñones más suculentos de todo el Noroeste
Atlántico.
La primera vez que entré (¡para qué contar los años!) fue
para compartir con un compañero de fatigas (hace tiempo que me desapareció) la
pena que estaba consumiéndole. Era cuentista, o algo similar, aunque siempre
andaba con un poemario bajo el brazo. Y se había metido en un enamoramiento que
de puro milagro no acabó en manicomio. Ella se llamaba Claudia y a sus
veinticuatro años había profesado en el convento de las Concepcionistas.
Hubiera sido hermoso... Un solo amor compensa muchas muertes, solía decirme. Y
me dibujaba el rostro de la monja enajenada sobre la mesa de mármol, y era
bello todavía. Militábamos entonces en el Partido de los Ilusos.
¡La literatura obrera y liberal que aún se alza entre los muros
del Tomelloso! Y esa juventud al borde del derrumbe que se posa ahí para
deshacer el amor al cobijo de su sombra. ¡Pero qué gusto pensar bajo su techo a
salvo de los estrépitos municipales!
Si alguna vez descendéis por la calle La Calzada , no dejéis de
entrar en su calor. Seguro que os sentiréis de inmediato como en el resol de un
cuadro hiperrealista. Y será lo más al sur profundo de la ciudad que hayáis
estado. Y verán entonces vuestros ojos descender pedazos de poemas sociales que
dicen que hay que ganarse el pan de cada día y los almendros y el sol tan
honradamente como lo hicieron nuestros antepasados.
Fue en el Tomelloso donde conocí yo aquella mujer que
atardecía la voluntad y las serpientes, que regaba las flores con solo mirarlas
y andaba siempre metida en unos líos de la hostia que la llevaron a tirarse del
puente del ferrocarril abajo. “Mariposa en ceniza desatada”.
Sale uno feliz del Tomelloso y la Ponferrada que le ataca se
ha deslizado hacia un estado de ficción... difícil de asumir.
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