UN PUEBLO SIN TRABAJO


      ¡¡¡El pueblo entero se ha quedado sin trabajo!!! 

  Cuesta, amigos, seguir escribiendo después de haber escrito/pensado esta oración.


   Ahí la desesperación huele a flores de camposanto, y cada vecino esconde una tempestad en la garganta.

    Cuesta dolor imaginarlo, digo. Un pueblo donde la vida se hacía a base de conjugaciones de verde y mineral. A últimas horas de la tarde parecen todos muertos. Ni el frescor de la mañana consigue que canten sus pájaros más tolondros. Cae la tristeza sobre sus calles en forma de lluvia agrisantada. Los niños navegan por ahí como sin rumbo. Y los portales, cómo no, están llenos de rabia. Y en la noche se oyen gritos de caballos que cocean el desastre.


    La mayoría eran mineros. ¿En qué mapa continuarán los terrores de su exilio?

    Un pueblo entero en paro tardará en volver a creer en la resurrección de los jilgueros. No, no es un pueblo de fantasmas, sus almas son tan reales como los trenes de su infancia. A veces le sale el sol por el sur y brillan entonces los cuchillos del carnicero y los rótulos de las cantinas y el estanco...


    Y es un pueblo que nos duele todavía más. No, no es un pueblo de cuento del realismo mágico, amigos, ese tipo de cuentos ya no sirve para representar el horror de esta puta realidad. Sería bonito decir que sus sueños subversivos quedaron colgando del alero del invierno. ¡Sueños como callejones sembrados de gasóleo! Bramando están las mujeres en sus pozos. Y pensar ahí es como ahorcarse de una cruz encenagada.

   Un pueblo entero sin trabajo... ¿La mecha de un estallido social? Escuchad los estruendos de su combustión. Cualquier día empieza a arder la noche que lo galopa y allá cada cual con su dios y su ideología.

    Podéis pintarle el fondo del cielo que le aúlla. Y el silbido de la amapola que era su bandera. Y el silencio que delira entre sus árboles más altos. Y os preguntaréis entonces qué ha pasado a ser su furia ahora. Y por qué sus hombres no entran por la puerta a dormir en el suplicio de su casa.


   ¡Es un milagro que sus barrios trepiden al tronar de los clarines y trompetas que pregonan la muerte y el triunfo de los Cristos! ¿A qué pudrimiento estamos llegando?

    Vuelan sobre sus techumbres las cenizas de una revolución que pudiera haberse producido... Y es como si en cada esquina de su historia hubiera brotado un espantapájaros. El carbón de sus canciones, compañeros, se lo han llevado los pérfidos arcángeles de la Contrautopía Universal.

    ¡Un pueblo sin trabajo! ¡Qué desvergüenza de nación!


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