La nieve nos inventa un universo diferente. Oculta la
negrura del mundo y a los que pobreamos nos descubre un país de claridad, sin
fraudes ni paraísos fiscales, sin hambre. Tan grande es el poder de su fascinación.
Vemos caer del cielo los copos pájaros blancos y los ingenuos temblamos de
pensamiento limpio, de palabras recién nacidas. Y la contemplamos ensimismados.
Y somos entonces un poco mirlos de aldea medieval, cantamos un sueño de
inocencia primigenia, del tamaño de una luna inexplorable... La nieve, qué
espejismo.
De modo que salimos a la calle con la alegría en la frente y
ha desaparecido el barrio asolado por la tristura y la golfería nacional. Hundimos
la mano en la nieve y vislumbramos las estrellas puras del océano. Resbalamos
por la cuesta de la fantasía y ese pan que nos espera en la tahona es el pan no
contaminado por las monedas negras del desfalco. Caen los copos de nieve y el
silencio que derraman es como una melodía de la purificación. Nos transfigura a
casi todos el milagro de la nieve. Convierte al barrio, a la ciudad, en una miniatura,
y quienes navegamos deslumbrados por sus calles lo hacemos como quien camina por
un cuento.
Nieva y se enciende nuestra memoria de la nieve, la memoria de
un mundo más sencillo y feliz de transparencia, en el que los caballos y los
trenes y la tabla de las multiplicaciones eran materias incorruptibles. Aquella
nieve tal vez ya perdida nos dejó una marca indeleble, una cicatriz en el
corazón. Era nieve de utopía, nieve real y no encerrada en bola de cristal, por
la que nos deslizábamos niños en los esquíes de la imaginación hacia regiones
de belleza no ensuciada... Caían
copos de nieve y era como si las campanas tocaran a resurrección.
Ha nevado mucho desde entonces. Y ahora, mientras tomo un
café en un bar de la avenida del Castillo, veo cómo van cubriéndose de nuevo
los tejados, las ramas de los árboles, los campos... Cruza la calle un perro y
me asalta la imagen del rastro de sangre sobre la nieve... Y luego esa escena
mística que viene en el Cuento del Grial, en la que Perceval se queda absorto
contemplando durante todo el amanecer las tres gotas de sangre que ha dejado una
oca herida sobre la nieve, pues “la sangre y la nieve juntas le recuerdan el fresco
color del rostro de su hermosa amiga...”
Ya no cae tan blanca como la que caía allá en los buenos
tiempos. Y qué pronto se derrite esta nieve... y nos deja al descubierto la
golfería nacional, los ladrones de raíles y trenes, de cementerios y bancos, y
la desolación del barrio, de la ciudad, de la bahía, del país.
Aún así, menos blanca es como dices un triunfo para el alma, dónde desaparecen momentáneamente "casi" todo lo demás, y es que, hasta el frío es menos frío.
ResponderEliminarMe ha gustado esta puesta de largo con el tiempo que tenemos estos días, más aún con la sagrada nieve.
Lo que luego vuelve aún siendo malo, es porque está ahí y no hay manera de taparlo, pero todo forma parte de todo.
Excelente como siempre José L. Un abrazo