¡Que se abran ya los abismos hacia los que ha de precipitarse el año que agoniza!
Muchas fueron las mañanas en que los cielos nos amanecieron de esparto, las noches en que las serpientes del Gran Capital emponzoñaban nuestros sueños. Doce meses como doce manos de espinos fueron tratando de estrangularnos las alas, la moral, la inteligencia...
Pero ahora que se acerca su fin, amigos, aquí junto a este río, en este mediodía tibio y acariciador, y con una copa de vino en la mano, pienso en todos vosotros, en nuestros lagos y murallas y en nuestros ángeles, y en nuestros locos y animales y en esos bosques y hombres desamparados...
Y en voz alta y con el corazón en alto proclamo mis deseos para el año por venir:
A los pájaros que fecundáis esta provincia os deseo la fe astral de vuestros antepasados para consagrar con entusiasmo la próxima primavera. Y que los caballos espanten con sus crines de abril los vientos que transportan las enfermedades mentales y los males gratuitos.
Al País del Sil y nuestra República de Almendros les deseo la fantasía exacta para encontrar al fin una bahía adonde arriben las espumas del Atlántico. Y que los trenes que la crucen a diario sigan silbando su mitología impresionista ante el asombro de los niños.
A los indignados les pido el coraje y la sabiduría ineludibles para continuar enarbolando las antorchas de la rebelión y la utopía.
A los álamos de las riberas, el resplandor de las crestas de los urogallos durante el largo otoño de las melancolías. Y que los dioses de la nieve permanezcan vigilantes sobre las cumbres de la cordillera hasta la entrada del verano.
A las prostitutas que no tengan más remedio que rondar por las calles más céntricas de la ciudad les deseo la dignidad de los anacoretas del silencio.
A los parias y a todos aquellos que padezcáis el insomnio de la emigración, el hallazgo de la brújula de las revoluciones. Y que las aguas de nuestros ríos legendarios prosigan reflejando la superestructura de la Vía Láctea.
A los poetas y pintores, tanta locura como os sea necesaria para que continúen lloviendo estrellas dadaístas y flores del vino sobre nuestras conciencias.
A los cuentistas os deseo la construcción de esos relatos únicos que de tarde en tarde encienden el arco iris en el corazón de las aldeas y en las ciudades los aromas del mar.
A los músicos, la invención constante de esbeltas melodías que iluminen nuestros amores y trabajos cotidianos.
Y a vosotros amigos pacientes lectores que me ayudáis a levantar cada semana esta columna, la intensa y brevísima sensación de felicidad que nos brinda el café de cada día.
¡Que no, que no sea el año nuevo, como auguran los hombres de mala voluntad, un año limitado de cruces y cadenas por todas partes!
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