DOS POSTALES DE DICIEMBRE


      Y ahora escribo pobres, a veces los veo venir, de golpe están ahí, con sus melopeas y eufemismos, despidiéndose de las estrellas como quien se despide de la infancia. Porque qué me decís de la brecha cada vez más grande entre los ricos y los pobres, aunque más que brecha es un abismo y para qué seguir fingiendo. Pobres y ricos, categorías que no son fantasías de otro tiempo, los pobres que son como diciembre, una trepidación en los cimientos más húmedos del alma... 



...los pobres cada vez más pobres rebelándose contra los nuncios del invierno, contra esos traficantes de ideas congeladas que aseguran que no nos queda más remedio que asumir el caos y el abismo. Y adónde entonces miramos nosotros, nosotros que tenemos más o menos los mismos años que Mafalda, a quien quisimos tanto, Mafalda, devota de The Beatles los Derechos Humanos las Filosofías Revolucionarias y todo aquello. Imposible detener el invierno, quién lo pone en duda, y tal vez por eso hemos asumido esta nueva edad del frío. Podríamos llamarlo efecto del invierno, o efecto invernadero, como queráis, pero el caso es que ya no nieva ni reaccionamos como antes. Se me olvidaba: el cielo ahora es un somier oxidado con un esqueleto dentro. Será porque duele más que el anterior este diciembre.




          Y ahora escribo cerdos, los veo allá en la aldea, y de golpe están ahí, gruñendo hasta que el cuchillo les extraiga el alma. Recuerdo la nevada que caía por los mismos días en que sacrificábamos en casa a nuestros cerdos, aquella su sangre hirviente que había que batir en el caldero y en las artesas sus tripas humeantes. Y los gorriones piando como locos a la espera de que les arrojáramos unas migajas y nosotros, enloquecidos como los gatos, nosotros desde esa misma mañana masticábamos a conciencia porque de ese modo, nos habían dicho, la comida más pobre era un manjar. Y después de la matanza el sol volvía a brillar, un sol como un membrillo de otro mundo que acaso nos decía como hoy no volveréis a verme nunca


         Y mientras los hombres descansaban bebiendo y fumando cigarrillos, las mujeres antaño hermosas nos hablaban de las grandes diferencias que existían entre las comidas de los ricos y las comidas de los pobres, y les preguntábamos por qué tenía que haber pobres y nos enfurecíamos, y blasfemábamos sin miedo a que nos castigaran por más que nos repitiesen que el Dios Padre que estaba en el cielo era el mejor amigo de los pobres. Diciembre era un temblor en las vísceras más duras del alma. Ya éramos conscientes de que vivíamos en el arrabal de las materias deleznables, pero no por ello perdíamos la esperanza de que alguna vez podríamos detener el invierno... Llamadlo efecto invernadero o como os dé la gana, pero el caso es que ya no nieva ni reaccionamos como antes. 


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