Apareció por el café del barrio la tarde de Todos los Santos. Llegó diciendo que había estado en el cementerio de Montearenas honrando a sus dos muertos y que había visto al esqueleto más erótico del mundo. Morlito, casi un año encerrado en un centro de rehabilitación mental, Morlito, indefenso como un duende de caliza. Alguien dijo que su rostro parecía un epitafio. Cerré la antología de poetas menores de veintisiete años que estaba ojeando, Tenían veinte años y estaban locos, y me quedé escuchándole...
A Morlito le entraron un día dos papagayos por la frente, así de grandes, y desde entonces tiene un nudo bestial en el cerebro y un corazón que a veces no le suena. Ponferrada fue su cielo hasta que los gusanos de la coca le sangraron, y luego el purgatorio y las amenazas de suicidio, y pese a todo sigue vivo. Y comiendo pipas como un roedor, Morlito, y a veces tiembla como un trapo tendido frente al viento. Le pregunto si ha escrito ya esa carta a la princesa Letizia. “La espero en el otro mundo”. Tiene Morlito unos ojos de esos que llaman de ave rapaz que cuando te miran te picotean la mirada y tardas un buen rato en reconocer las cosas que te rodean. “Hay que estar siempre desafiando a la puta realidad, colega”. Y Morlito habla como si estuviera viajando, Morlito habla y habla sin parar, hablar es la única salida que tienen los personajes de Samuel Beckett para desahogarse. Ha estado en un centro de rehabilitación mental de Galicia, once meses, Morlito, lejos del rumor de Ponferrada y sus dos muertos. “Allí aprendí a vivir con la soledad verde. Pero sigue haciendo mucho calor en mi cabeza”.
Bebe otro trago de cerveza y me pregunta qué estas leyendo, teacher. Le paso el libro, le gusta la portada, ese enjambre de mariposas aleteando el cuerpo etéreo de una mística desnuda. “Yo también tenía veinte años y estaba loco... Los locos siempre tienen veinte años... A los veinte años quién es el hijo de madre que no está loco”. Loco por destruir esta realidad hedionda, loco por reconstruirla con su sangre lírica. Y comienza a leer: “De tu pulgar hacia arriba nace el centeno que sangra mis rodillas...” Y ahí se detiene y lanza un aullido como quien descubre en pleno bosque un pez anémona. Le digo entonces que en la antología vienen unos poemas de una poetisa de Ponferrada, Sara R. Gallardo, y los encuentra y lee uno de ellos en silencio, hasta el último verso, que repite en voz alta y con los ojos cerrados, “Nada pudo salvarme”...
Morlito, inofensivo como un ángel de hojalata. Y esta lluvia de noviembre bailando sobre su flaca anatomía. Noviembre es un estado de sitio sentimental, Morlito. Se fue calle abajo silbando una canción de Sabina. Lo veré alguna noche pegado al penúltimo cristal que labra la soledad en nuestro barrio.
me emocionan tus palabras este noviembre mojado y enloquecido...y me enloquece tu humanidad hecha poesia, maestro
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