Llueve y uno piensa ya era hora de que lloviera... demasiada porquería en este mapamundi de Dios. Y vamos caminando como si nuestra moral ya fuera otra, más acorde con los colores crepusculares que están cayendo sobre el barrio. Pero de pronto se nos alborota la imaginación y la escena es terrible, rabelaisiana: a los ex alcaldes de León y de Valderas, que andan paseándose muy ufanos por la calle, les salen al paso unos veinte energúmenos y los cogen por los pelos, los desnudan y les afeitan la cabeza, les cepillan suavemente la piel, los lavan con champú en un pilón de la plaza... ¡y los echan a cocer a fuego lento en una olla descomunal! Deslíen luego medio caldero de harina en el agua, agregan unos ramitos de romero, tres enormes barras de mantequilla, un saco de sal y otro de pimienta... “¡Caníbales!”, gritan los ancianos desde las ventanas. “¿Pero qué delito han cometido esos pobres desgraciados ex alcaldes? ¡Banda de exaltados! ¡Tanta barbarie adónde nos conducirá!”
¡Afuera esos ex alcaldes y energúmenos que están encendiéndome los sesos! ¡Afuera!, grito yo. Y logro al fin arrojarlos de mi imaginación...
¡Afuera esos ex alcaldes y energúmenos que están encendiéndome los sesos! ¡Afuera!, grito yo. Y logro al fin arrojarlos de mi imaginación...
Y para reponerme del asalto entro en un café, me siento en un rincón y me dispongo a leer unos poemas de Pessoa. Huele a carne chamuscada. La camarera se está deleitando con el cadáver de Gadafi. “¿Será este tío el verdadero Gadafi?” ¿No será el doble?, le digo yo. Y no consigo pasar del primer verso: Llueve en silencio, que esta lluvia es muda... ¿Qué coños se está quemando ahí dentro? “El cadáver de Gadafi, cielo”, me espeta la camarera. Por la ventana del café pasa pitando un furgón de la policía. Llueve en silencio, que esta lluvia es muda... Y vuelve a pasar el maldito furgón. ¡A tomar por saco la poesía de Pessoa! Así no hay manera de meterse en sus poemas. Afuera continúa lloviendo y el quiosquero de la plaza me pone ante las narices una hoja del diario: ¡¡¡Los ex alcaldes de León y de Valderas!!! ¡¡No!! Y temo entonces que mi imaginación de nuevo se desboque...
...¡Ahí siguen esos energúmenos! ¡Y menudo festín se van a dar! Han instalado una mesa redonda, y para servirlos han colocado un montón de nóminas y facturas sobre dos fuentes alargadas que han decorado con falsos billetes de cincuenta y pétalos de crisantemos. Y en cada cabeza han hincado un cartel: El Prejubilado Rojo de la Caja y El Gran Derrochador. Y comienzan a trocear a los ex alcaldes con largos jadeos... Y los sirven en platos bañados en una salsa verde sobre un puré de castañas y unos higos zoupeiros. ¡Y con qué fruición se disponen a devorarlos!
¡Afuera esos ex alcaldes y energúmenos!, grito yo...
¡Afuera esos ex alcaldes y energúmenos!, grito yo...
Y por segunda vez logro bajarme del delirio. Entro al fin en el bar Lisboa y entonces sí, aflora la calma, y parece que llueve como en un poema de Pessoa.
(Las ilustraciones, en La cocina caníbal, de R. Topor)
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