Y nos hemos sentado a la orilla del Café. El Peta del barrio ha sacado a pasear su gata siamesa y comenzamos a hablar con mucha pasión de las elecciones del domingo, de los votos útiles e inútiles, de los problemas que seguimos teniendo con nuestra conciencia democrática. Las ideologías sobreviven de milagro. El Peta asegura que han muerto. ¿Votar, o no votar? Y la gata entonces se queda mirando al cielo amembrillado de noviembre. Como si también ella tuviera problemas con su felina conciencia aristocrática. O quizá esté pensando que lo mejor que se puede hacer esta tarde es supervisar esas nubes...
Se la regalaron dos días después de la victoria de los socialistas en las elecciones generales de 2004. ‘Lisa’ llama el Peta a su gata. Y la llama Lisa en honor de Elizabeth Taylor, “La gata sobre el tejado de zinc caliente”... ¿Y si el domingo te apareciese muerta en su alfombra? El Peta ya tiene pensado qué va a hacer con su gata Lisa cuando se le vaya de este mundo: en lugar de enterrarla, prefiere incinerarla y arrojar sus cenizas al Sil. Y recitarle entonces uno de esos poemas que Baudelaire les dedicó a los gatos. ¿Votar, o no votar? Pero al Peta le han atacado las nostalgias y ya no hay manera de que regrese a las elecciones del domingo. Ya sólo habla de su gata...
“A veces a Lisa se le ponía cara de Bibiana Aído, y terminaba llamándola Bibiana, y la gata obedecía, y ronroneaba de felicidad y miraba al arrabal por la ventana del salón como habría mirado Bibiana Aído. Y entonces me abrazaba a ella, nos abrazábamos y nos quedábamos los dos contemplándonos en silencio... Eso sucedió al principio, cuando estaban altos los niveles de optimismo antropológico español, cuando a Bibiana casi nadie la conocía y era Directora de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco y nuestra alegría era tan alta como una cometa. Luego fue nombrada ministra de Igualdad y desde ahí Lisa dejó de parecerse a Bibiana y algunas tardes se le ponía cara de Leire Pajín. Absurdo, claro que sí, pero la llamaba entonces “Leire, Leire” y ella me obedecía, y ronroneaba como pidiendo más protección social, y miraba al arrabal por la ventana del salón como habría mirado Leire Pajín. Y yo trataba de abrazarme a ella, pero Lisa fruncía el ceño, entornaba los ojillos y que no, que no esperase el abrazo, y cada uno por su lado nos quedábamos en silencio contemplando el panorama social... Y bueno, en estos últimos meses pone cara de indignada cada vez que a medianoche le ofrezco un plato de leche con galletas...”
Y ahí hemos seguido un buen rato, la línea del Sil perdiéndose en una negrura de acuarela. Yeats hubiera dicho: “Muchas cosas con su ingenio y su belleza dejarán pronto de existir, cosas que hasta ahora parecían un auténtico milagro ante la multitud”.
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