UNA FIESTA DE LA VIRGEN



            Caímos ayer por el Café del Mediodía y ahí estaba el Peta del barrio echando pestes contra la Fangoria y el Melendi. A saber cuántas cervezas llevaba. Nos íbamos a sentar a su mesa, pero cerró entonces el Manual de zoología fantástica de Borges


apuró la jarra y nos invitó a que lo acompañásemos hasta la plaza de la Encina. Y bueno, por el camino le dio por tocar el mito y el culto de la Virgen María.

            “Se celebra el ocho de septiembre la Natividad de la Virgen y ni dios sabe aquí cuándo y dónde apareció esa fiesta... ¿Y cuántos bercianos conocen por qué en Ponferrada y en el Bierzo se honra a la Virgen de la Encina? ¡Luego dicen que vivimos en la tierra de María Santísima! Pregunta por ahí a ver qué es eso del culto de hiperdulía y oirás grandísimos disparates. Sietemesina fue la Virgen, que lo he leído en el Evangelio armenio de la infancia. Y en el Libro de las Tradiciones se afirma que el primer icono de María lo trajeron unos ángeles a Zaragoza, a mediados del siglo primero. ¡Unos ángeles del tamaño de una rana, tío! Y que la esposa de José vino en carne y hueso hasta nuestras costas atlánticas a echarle una mano a Santiago el Mayor, que no podía con aquellos gallegos...”

            No sabía yo eso, Peta. ¿Y desde cuándo te ha dado por las leyendas de santos y de vírgenes?

           “¿No te parece que somos los agnósticos quienes más admiramos ese género de literatura fantástica? Y fue en una aldea del Jordán donde talló san Lucas evangelista, a la sombra de una higuera, la imagen más perfecta de la Virgen que veneran los devotos católicos del Bierzo. Se hizo tan famosa su María de ébano, que unos siglos después un tal Toribio, arcediano que iba a ser elegido obispo de Astorga, la cogió y la escondió bajo su capa y fue corriendo a que se la bendijera su amigo san León. Y cuando a don Toribio le llegó la hora de tocarse con la mitra, se la trajo y la colocó en su rica iglesia maragata...
                    Aparecieron entonces por las tierras de León los esbirros de Mahoma y, para librar a su Madonna “negrita” de las garras de los sarracenos, los astorganos tomaron las de Santiago de Compostela y no pararon hasta descansar en uno de esos bosques que dan sombra al Sil...
                 Y en el hueco de una encina la escondieron. Hasta que cuatro o cinco siglos después, cuando andaban por ahí cortando leña los templarios, se la encontraron y le alzaron entonces una ermita... Bueno, ya sabes... ¿Será un pardal o será un jilguero?”

           ¿A qué te refieres, Peta?
          “¡A ese pájaro que tiene el Niño entre las manos, coño!”
            Y al fin nos sentamos en una de las terrazas de la plaza de la Encina. Ya el esplendor de la tarde iba decreciendo. Y los dos nos quedamos contemplando abstraídos la torre de la basílica...

             ¡Qué placer subir y divisar desde lo alto la ciudad toda y más allá...! 
 
 
 

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