EL PARADOR DE PEREIRA


       Así que cogimos el tren de Villafranca. No me resultó fácil convencer al Peta del barrio. Hasta que le dije: sería la forma más bonita de inaugurar el otoño. Tomar el correo de Galicia en Ponferrada, descender en la legendaria estación de Villafranca, caminar bajo el duro sol de poniente hasta el Parador moderno, inaugurado a mediodía por el ministro de Industria, y disfrutar ahí el resto de la tarde con los “Cuentos de la Cábila” de Antonio Pereira. A los tintos quedas invitado, Peta. Nunca había leído el Peta un cuento de Pereira.


       Durante el trayecto se enganchó con “El toque de obispo”, y fue monumental la carcajada que soltó después de leer “Luego supe que en Mondoñedo no hay tren, pero eso importa poco cuando la historia es bonita”. Por locos de remate debió de tomarnos la chica rubia que en el pasillo iba colgada de su BlackBerry sexual. “Oye, chica, ¿te gustaría unirte a nosotros?”. La estación de Villafranca estaba vacía. Y en el andén terminamos “Los niños muertos y todos los muertos”.

       Ya camino del Parador, en el puente sobre el Burbia, se quedó prendido el Peta de “La República no era tan mala”. Le hizo gracia su final, pero se quedó triste: a su abuelo se lo habían cargado los requetés en el puerto de Somiedo. Para reanimarle le propuse que pasara al cuento que ya habían traducido al árabe marroquí, “¡Manos arriba!”. Media Villafranca tuvo que oír la voz jocunda del Peta cuando llegó ahí donde la mujer “se planta en medio del cuarto y mirándome derechamente se saca entero un seno, qué seno ni qué leches, una teta enorme que sostenía con sus dos manos...” “Este hombre era un cachondo”. Un hombre bueno y cachondo, Peta. ¿Quién dijo que Antonio Pereira amaba los trenes que no tienen prisa por llegar a la eternidad? Y los dos nos quedamos mirando a la mujer que se había quedado apoyada sobre el pretil del puente. Era una mujer muy alta, de cabello y cara colorados, y de buenas piernas. “Tiene toda la pinta de ser peluquera”, dijo el Peta.


        Y llegamos al Parador. Olía a mirto recién cortado y pasamos a contemplar el mural de Mestre y Robés, el retablo de las maravillas de Antonio Pereira más bello que se ha podido componer. El éxtasis duró...



       Y luego unos tintos en la terraza y el sol de poniente que se resistía a dejarnos. Si alguna noche te diese por dormirla aquí, Peta, encontrarás en la mesita un libro de cuentos de Pereira. Y ahí permanecimos deleitándonos con el resto de los “Cuentos de la Cábila”. Y era como estar en el País de los Trenes de Lento Recorrido. Hasta que salió una camarera y que si íbamos a pernoctar.

            La estación seguía vacía. El tren de León llegó con retraso e íbamos en el pasillo cuando apareció la chica de la BlackBerry. “Oye, ¿cómo te llamas?”, le preguntó el Peta. “Obdulia”. Otro cuento cruel, pensé yo.



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