VERDES DE JUNIO Y DEMONIOS

       Más de una semana llevaba el Peta del barrio sin aterrizar por el Café: 
                                     “He ido a espantar mis malos humores a los altos valles del Silencio. No hay nada como los verdes salvajes de ese santuario para poder recuperar la paz con el mundo...


              Desde las cumbres del Silencio se vislumbra al atardecer el mar, y entonces me decía: ‘Este es el País con el que nuestros antepasados soñaron, esta es la faz del Noroeste con el aspecto que el Creador quiso darle’. La felicidad tiene ahí olor de verdes de junio hasta el mar. Y se podría incluso, si no fuese por los vértigos que se sufren, crear un arco iris de nueve colores. Al sol y a las sombras de esos valles no se puede ser desgraciado...



       Y mascando hierba estaba, escuchando la respiración de un arroyuelo... cuando me asaltó una manada de enanos, unos enanos horribles, esqueléticos, como esos duendes...

                             ¡Los reconocí enseguida!

        ¡Eran los demonios familiares de la democracia y el poder político real: demonios con rosa en puño, demonios con banderita azul, demonios con enseñas raídas..! Y hablaban una lengua plagada de palabras melifluas y no cesaban de agitarse y de escupir contra la hierba y el cielo.

               ¿Qué queréis de mí, mamones?, les pregunté.

     Intentaban con su diabólica oratoria seducirme para que siguiera su ‘senda democrática’, y pudiese abarcar así la gloria y la grandeza de sus diversos horizontes...




          Estáis equivocados conmigo, bandoleros, les dije, no me dejaré arrastrar por la vaciedad de vuestros discursos, por la falacia de vuestros argumentos...

       Y a continuación invoqué el espíritu de san Genadio, el de la monja Egeria, los de san Marcelo y san Facundo y los de todos aquellos eremitas y anacoretas que continúan protegiendo nuestros valles del Silencio. Y entonces los demonios se retiraron, huyeron despidiendo gases nauseabundos y gritando como condenados al ostracismo eterno...

         Pero, ¡oh caterva inmunda! Al rato regresaron, y otra vez intentaron atraparme con sus falsas oraciones ‘demo-cráticas’. Y al ver que de nuevo renegaba de ellos y les maldecía, comenzaron a arrojarme venenos y a injuriarme:

     ¿No serás del movimiento antisistema, socabrón?
    ¿No serás un puto fascista, uno de esos ácratas de la anti-globalización?
    Sí, eso es lo que eres, un anticapitalista de mierda, una asquerosa ruina de ciudadano. Los tipos como tú merecen la extinción política y social...

        ¡Presentí que estaban dispuestos a acabar conmigo allí mismo! Así que invoqué por segunda vez a los espíritus de nuestros antiguos ermitaños... ¡Pero no me asistieron, joder! Eché a correr entonces, corrí como un corzo hasta alcanzar la cueva de san Genadio, y allí dentro estuve refugiado hasta el anochecer...

    No sé cómo al fin pude librarme de esos terribles bicha-rracos. Pero aquí estoy... y con vosotros. Creo que merezco un par de birras, ¿no?”


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