Desciende noviembre y la ciudad comienza a replegar sus
alas, los pueblos se acluecan, los ríos se hacen los muertos. Las primeras
lluvias nos van dejando a todos con esa cara naíf de violinista azul de Marc
Chagall. Tocamos el cielo amembrillado de noviembre y nos ponemos entonces a
pensar con los pensamientos abiertos a la semántica subversiva del sur...
– ¡Qué metafísico te veo, Pepín!
– Es que estoy de noviembre.
“Estar de noviembre” es un estado surrexistencial, un vivir
en las esquinas de la interrogación constante, un pasar el tiempo entre la
patafísica, la metafísica política de izquierdas y la poesía de la resistencia
frente a las ideologías derrotistas. No hay que confundir los sustantivos carcelarios
con los adjetivos, como hacen los derrotistas. Efectivamente, no es lo mismo un
político preso que un preso político. ¿Subsisten aún en tu país los presos
políticos? ¿Recuerdas cómo se llamaba el último preso político ejecutado en la España de Franco mediante
garrote vil? Hace tan solo cuarenta años. ¿Una conspiración de los actuales políticos
presos podría desembocar en un golpazo de estado?
Nos quedamos mirando fijamente al aire de noviembre y acabamos
descubriendo la sombra de un cartero rural. Efectivamente, en los últimos siete
años han desaparecido sesenta carteros rurales en el Reino Undido de León. ¡Los
bravos carteros del Noroeste Atlántico, tan artísticos, tan literarios como los
carteros de Neruda, de Tagore, de Van Gogh, de Saeki Yuzo...! Llevan a su
espalda un arcoíris especial, los carteros. ¡No maten más, joder, no asesinen a
los últimos mensajeros del misterio que nos quedan!
Subimos la cuesta de noviembre, una cuesta llena de náuseas
y pedazos de angustiamientos que vendrán. Y al pasar por la calle de las
Melancolías nos tropezamos con el barrendero municipal que se parece a ese doble
de Pablo Iglesias que anda por ahí... Efectivamente, el aura política de un barrendero
municipal es del color de la corteza de los abedules, no tan oscura como el
aura mística de todos esos dobles de Pablo Iglesias que pululan por el país. En
sus palabras más altas se están posando los pájaros que sobrevolarían repúblicas
federales...
Abrimos las ventanas de noviembre al ponerse el sol y nos
agarramos entonces a los crepúsculos, o nos abandonamos un buen rato al placer
de leer en el retrete esas piezas literarias que no se terminan nunca, la Historia del Reino
Antiguo y Medio de León, la
Antropología del Bierzo Perdido, el Cuento de los Santísimos
Griales... Acariciar un libro constituye ahí una delicia.
Así que nos
iremos comiendo el cielo de noviembre como si fuera un níspero rebozado de
náusea y violines de Chagall.
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