Cada vez menos jóvenes en tu país. ¿Recuerdas cuántos se
marcharon al extranjero por aquel su “espíritu aventurero” que decía la secretaria de la Emigración? Y cruzaron las fronteras con tanta prisa que no han vuelto aún, los muy
desgraciados.
En cambio cada vez más jóvenes currando tras la barra de un
bar. Estos que no volaron tanto, que todavía ayer se estrellaron contra los
fríos que no dan de comer... se han agarrado al contrato temporal del calor de
los bares, gastrobares, neocantinas, tascas de barrio... Barras de neotabernas,
parapetos de la desengañación... ¿Serán pedazos del fracaso nacional?
Cada vez
más jóvenes sufriendo enfermedades de transmisión sexual. Hacen delirios en el
virgo de la noche, les ladran enfermos los líquidos seminales, ¿sobre qué
ruinas han disuelto su animalación?
Y sin
embargo cada vez más jóvenes confesándonos que sueñan con transformar el mundo.
Aseguran haber leído trocitos de Platón, Marx, Nietzsche, Ortega y Gasset, Sartre...
Advierten de que pronto volverán las asambleas de barrio y las ilusiones
republicanas. ¡Pues sigan levantando esa lengua donde han de caber todos los
corajes y cojones necesarios!
Cada vez
más jóvenes gritando a favor de la legalización de la marihuana. ¿Son acaso
antisociales esas baladas de pájaros psicodélicos que componen con sus alas? Allá
ellos y sus flores de la relajación universal.
Pero cada
vez más jóvenes que se quedan en la calle aullando de hambre. Y cada
vez más jóvenes diciéndonos “Estamos muy cansados”, “No tenemos ganas de hacer
nada”, “Nos quedamos dormidos”. Y cada vez más jóvenes que consumen ya esa
droga sintética conocida en las noches yanquis como Nube Nueve. ¡Mierda en estado
místico! ¿Qué clase de música interpretan estos que danzan sobre las prótesis
de su subyugación?
Cada vez
más jóvenes buscando desesperados popularidad en las redes sociales. Cada vez más jóvenes
degradándose en zombis. Cada vez más jóvenes que acuden a los hospitales
con ataques de ansiedad... ¿No tendríamos algo más que decir sobre su manera de
asentarse en la enajenación social?
(Los
crisantemos los llevaba ella, él iba mirando al sucio cielo de su barrio. ¿Por
qué iba a contarme él lo que iba a hacer con las siete cebollas que había
comprado en la plaza de Abastos? ¿Y para qué o quién los crisantemos? Tampoco
me atreví a decirles que es una suerte vivir en el país con más jóvenes ilusos
por metro cúbico del mundo).
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