Ultraísta se está poniendo mi ciudad, se va embelleciendo
con el estrépito de las radiantes bicicletas. Los sueños, las luces de los
bares, la semántica de los plátanos de sombra, el azar de los vencejos que
prolongan el verano sobre el Sil... todo parece estar girando y rodando en
esbeltas bicicletas. Y el desconcierto comienza a ser tremendo.
¡Apártense
las rosas, no vayan a ser pisadas por esos modernísimos biciclos! Las calles
que respiramos se han puesto por las nubes, y aun más el dormir y los
silencios. ¿Así que no van a dar abasto las cuadrillas de operarios municipales?
Ah los ciclistas que venís corriendo por las olas. ¿Será esta la ciudad que anhelabais?
Dadle entonces viento y savia, vosotros que perseguís sin tregua el sueño de los
maillots arcoíris.
(Sabed que
hay noches en que el estruendo del camión de la basura es el único lenguaje que
proporciona un mínimo de sentido a todo lo que nos rodea. Y será difícil que
sean disueltos por vuestras flamantes máquinas los colores otoñales de nuestras
miserias.)
¡La ciudad
elevándose a la raíz cúbica de las rosas mecánicas del viento! ¡Preparémonos
para contemplar el grandísimo poema ultraísta de las bicicletas! Alegres y
raudas bramando, arrojando chipas en su fugaz revolución equinoccial. ¡Quedan
prohibidas las lamentaciones de los animales sin techo y todas las baladas de
los disidentes tartamudos!
(Dicen que
se avecina un invierno con un aumento de la pobreza energética de mil demonios,
y que habrá que salir a la calle a combatir...)
Y cada
barrio irá componiendo su caligrama social postcubista, un grito sobre la barra
de una preciosa bicicleta ultramoderna, una protesta en llamas embistiendo contra
las frías desidias municipales...
¡Ultraísta
mi ciudad, y apártense las viejas rosas! ¡Quedan autorizadas las panorámicas
futuristas y creacionistas! ¡Orden en las aceras... y a los corredores,
aplausos y besos de multitud urbanizada!
¡Armen los
niños sus ingenuas greguerías del ciclismo! Era azul mi bicicleta, ya no la
tengo. Era azul y me llevaba a ver paisajes llenos de vanguardia, más allá de
las melancolías nacionalistas, a donde los idiomas incendiaban todas las fronteras
políticas y se confundían al fin con las estrellas voladoras... Ya no la tengo...
Pero me los imagino rodando todavía por ahí, a mí y a ella, cada vez que a
medianoche veo pasar el tren de mercancías por mi barrio.
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