VERANOS DEL NOROESTE


    Ábrase el verano en los paisajes verticales, ábrase en los manantiales y valles del Noroeste Atlántico.

    Oigo el relato medieval como un pueblo de verano leonés, ríos que se desnudan para ofrecernos su poesía de escamas y resurrección. ¿Recordáis aún la fosforescencia de las luciérnagas?


    El verano con su vía láctea sobre los trigos, el verano del Esla y el Sil, del Órbigo y el Eria, el verano con su larga cabellera en llamas... ¿No deseáis regresar a las penumbras de sus patios y el eco de sus grillos al anochecer?

    Verano en las vegas y riberas del Reino Undido de León, ahí los castillos en ruinas, ahí las huellas de las herraduras de las vacas y yeguas que se hundieron... Casi todo el mundo se dedicaba a la labranza, y aun así con orgullo se comía al mediodía el pan con la pobreza. Y pesaba menos el estiércol cuando volvían los veraneantes y nos secaban las tristedumbres.


    Mañanas con violencias de sol, y al otro lado del Burbia y el Omaña, del Cea y el Curueño, al otro lado de sus signos... ¡el estallido de los frutales! ¿No dormíais algunas noches en el interior de los manzanos? ¡Y ni un solo pájaro dispersando en vano su canto contra los robles y las calizas! Sin embargo entre el pajar y ahí donde se trillaban los cereales ardían las estadísticas de la despoblación... y no éramos conscientes.

    El verano leonés como un viaje a los oquedales místicos del bosque, y al fondo las cumbres aún nevadas del Teleno y Peña Ubiña... ¿A qué caminos abandonados de la tarde volveremos, a qué majadas sin pastores?


    Ya se oyen las fugas de las águilas reales en estado lírico.

   El verano del Noroeste es un torrente de sílabas guturales, ese frescor de atardecer de agosto y sudores de surcos prerromanos, como en los poemas homéricos... ¡Qué verdades de agua verde rebrotarán en nuestras fantasías! A esta geografía de chopos escolásticos y corderos en cuclillas le salen en verano fuegos que la avasallan, ¿por qué se tarda tanto en sofocar las humaredas?

    ¿Y qué río leonés no deja grabados bajo los puentes estivales aullidos de minas que reventaron? Y sólo en esta tierra, solo en la profundidad de sus veranos pueden los poetas hablar aún de “sombras virgilianas”.


    El verano desde la cordillera cántabra hasta los páramos del sur... Y la luz fosforescente en los caminos de la noche perfumada... Es verano y hay una “fiesta al noroeste” que nos emborracha y el Sil entonces desemboca en el Atlántico.


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