Deambulaba
yo ayer por las calles del mercado municipal, es como una montaña ahí el grito
de la muchedumbre entre los puestos de flores y los tenderetes bajo el sol, el
pan nuestro de cada batalla ofreciéndosenos limpiamente sobre el estruendo de
los colores y los vegetales... ¡Está bella en junio mi ciudad encendida de verde
y de cerezas!
¿Qué pueblo
está gritando en estas calles? Y al preguntármelo lo descubría pronunciando
palabras como árboles, palabras que soltaban pájaros, como si volvieran a nacer
a un nuevo mundo. Con la boca llena de naranjas malhablaban de los últimos reyes
de España los gitanos. Y batían palmas al oír que algunos payos decían que la
república tercera podría llegar y dar a todos de comer. ¿Monarquía o República?
Era un placer detener el paso y contemplar cómo brillaban los fréjoles y las cebollas
al contraluz del tiempo. A mí me parecía que caminábamos todos como si fuéramos
navegando en el mismo barco. Por esas calles turbulentas es necesario pasar de
vez en cuando y recordar el tacto de los frutos de la tierra.
¿Qué pueblo
estaba gritando en el mercado? Ahí un gran trozo del país que entre todos hemos
venido construyendo. Súbditos derramando olores sofocantes, olores que brotaban
de las viejas huertas y los gallos y aquellos otros animales domésticos que se
dejaron abandonados en los corrales de la aldea... Pero todos decían palabras
llenas de sombras, blasfemias, maldiciones... Ahí estallaba un país como una
bestia en celo. ¿Monarquía o República? Y salían plumas ardiendo. Y era un
placer contemplar los labios colorados de la pescadera y sus dedos trenzando el
dedal de su pasión republicana...
Vale la
pena cruzar por esas calles las mañanas de mercado. Ahí la indolencia de un
pueblo más rabioso y más alegre que instruido. Ahí la poesía de la economía
derrotada, el grito de los despechados hecho verso nerudiano. Y ver cómo se
abren las pieles sudorosas al rozarse los tensos silencios, y escuchar cómo
crepitan en sus cajas las legumbres y los cardos. Vale la pena atravesar el
tiempo por esas calles y descubrir que sin mordaza en los labios ese pueblo
tiene mucho pensamiento que decir. Ahí la danza de las estaciones entre la
carne roja y las patatas, ahí la declaración del corazón por un país más noble
y democrático. A mí me pareció que circulábamos todos como si fuéramos
navegando en el mismo barco, pero ya sabéis que soy bastante iluso y...
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