CADA VEZ MÁS ABUELAS


     Cada vez más abuelas por estas calles, abuelas no menos reales que un concejal de Apicultura o la orilla de un río truchero. Cada vez más abuelas paseando despacio la tarde, rehilando el tiempo en la plaza de los Olvidos, abuelas sacudiendo el polvo de su corazón en las tabernas y cafés, poniéndole unas gotas de cordura a este país que en balde se desarma...

—Vamos mejor de lo que esperábamos, abuela. Deje de arrastrar esa pesadilla del desahucio.


     Adiós al último tren que pasó cargado de antracita, adiós a los soles y lunas que no le devolverán la huerta donde pacía su alma. ¿Suspira usted por la sombra de aquel peral que embalsamaba sus crepúsculos? ¿A qué fuego maldito se refiere cuando habla del presidente del Gobierno? ¿Jura que en su dura vida no participó en ningún negocio deshonroso?


  Vagan las abuelas con sus sueños más o menos progresistas, se asombran de lo absurdo que está hoy el mundo. Y se arraciman frente a la Casa Consistorial y la Oficina del Desempleo, mujeres que improvisan soflamas contra la desvergüenza de los mangantes municipales, abuelas que señalan con sus agallas el culo de esos políticos que todo lo corrompen.

—Vamos mucho mejor de lo que nos prometieron, abuela. Deje de quejarse del lamentable estado de esas dos chicas de suburbio. ¿Cree usted que van embarazadas y con pensamientos de abortar?


    Adiós a los mástiles del feminismo, mujeres hermosas a sus sesenta y setenta y tantos años, mujeres que gritaron con los pechos bien erguidos en las manifestaciones de la Transición y las fiestas del pecé, ácratas que se acostaban tiritando de estrellas dadaístas y hacían huelga de labios caídos contra los machorros que las concebían como putas o las reputaban de santas.

    ¿Adónde vais tan deprisa, abuelas, con las palmas de las manos abiertas? ¿Huis tal vez de la aséptica felicidad del geriátrico? ¿O acaso pretendéis encender en plena calle la mecha de las sublevaciones juveniles? ¡Ruge el río cuando cruzáis el puente del coraje!


  Cada vez se ven más pensionistas, viudas alegres, desterradas, visionarias, mujeres como árboles que blanden sin pudor/con rabia los huesos de la memoria y otras islas... Y entonces nos figuramos esta tarde que sin ellas podríamos estar aun más pobres, y nos subimos a las aceras donde plantan sus geranios y ahí nos quedamos escuchando a las abuelas que hablan del mañana como quien habla con el sur.

—Vamos peor de lo que don Mariano y sus ministros nos anuncian, abuela. Pero deje de consumirse con la maldita pesadilla del desahucio.


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