Descorrieron las cortinas de su maldita primavera y a la
hora en que los urogallos ladraban su mala sangre contra la noche atlántica
escucharon que más de catorce mil hogares leoneses no tenían para pagar la luz
y la calefacción y que España era el segundo país de la Unión Europea con más pobreza
infantil, después de Rumanía, abrid los ojos, abridlos bien, cachorros, que
nosotros también formamos parte de ese desgraciado mundo.
Siguió lloviendo sobre los cartones de las alcobas y en las
huellas de las cuatro gallinas que les quedaban se oían esqueletos recién
perdidos.
–¿Y si todos esos sujetos agentes y pacientes no fueran más
que unos tramposos bribones estafadores petardistas?– oyeron que preguntaba un
lacayo del ministro.
–¿Y si los sustantivos luz y niños ya no fueran sino un
hedor y huesos de hospital?– oyeron que le respondían desde un departamento más
limpio.
–No provoquen, hermanas, no provoquen, pues que esos informes sólo son
mediciones estadísticas – oyeron que les recriminaba en su lengua más gangosa
el señor ministro.
Y entonces las Monjas de la Caridad le cortaron la desvergüenza
con un árbol en la mano, con un revuelo de miles de hojas/caras de pobres que podrían pasar más hambre aún, señor ministro, no nos insulte.
Así que pónganse a comer tranquilamente, no se vayan a poner
más enfermos, les dijeron las monjitas. Por algo tenía que ser que estos ríos
estén saliéndose de madre. No se desbordan nuestros ríos gratuitamente. Siempre
se desbordan contra algún ministro indigno.
Salieron luego a saltos por el campo, a buscar latones, restos
de naranjas y otros chicos sin recursos. Y descorrieron los lienzos de las
llanuras y regresaron a la ciudad con un aullido de robles rebrotados. Pero se
extraviaron esos chicos, y tropezaron contra los cazadores furtivos de fortunas
y fueron apedreados hasta que se alejaron más allá de la estación de autobuses,
y al final de sus callejones en lugar de un tren encontraron un manicomio. De
eso le avisaban en sus informes, señor ministro. Sí, hubiera sido más bonito contarle
que ya cantaba en el barrio el ruiseñor de Keats, que ya la poesía estaba
recobrando su salud y los vecinos se iban poniendo por la noche a esperar el
sol.
Pero los chicos se fueron a la cama sucia sin cenar, y
seguro que esa noche no soñaron con las autopistas que el señor ministro decía
que serían rescatadas de no se sabe quién con el fin de que casi todo el mundo al fin saliese de la putísima pobreza...
Y siguió lloviendo mierda de gallina sobre los mismos charcos y las últimas
pisadas de quienes habían tenido que marcharse muy lejos. Y los ríos seguían
saliéndose de madre...
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