Hablemos todos juntos del resplandor del tren que nos ata la
memoria. Nombremos la necesaria integración de los trenes en el corazón de
nuestras ciudades. Nombremos una y otra vez la resurrección de las estaciones
antiguas y esas leales locomotoras que al pie de nuestros sueños no han cesado
de invitarnos a viajar, a viajar...
Con los ojos llenos de pájaros metálicos proclamemos el
resurgir de las ideologías trepidantes del tren por los cuatro puntos cardinales,
ahí en los bares y en las fruterías, en las plazas de abastos y en los retretes
y en las catacumbas donde se cantan y se regeneran las canciones de esta
tierra... ¡Como si padeciésemos la paranoia de los trenes!
¡Vuelva a traquetear por nuestro barrio el expreso de las
seis de la tarde! Por debajo y por encima de nuestras sucias calles en cuesta
retiemble la pasión del Talgo, su espuma de montaña, su contar vibrante...
¿Quiénes son esos desalmados que bloquean ahora la reintegración de nuestros
trenes, el soterramiento de las vías en la capital de nuestra República
Ferroviaria?
¡No nos jodan la literatura romántica y civil de los
ferrocarriles! ¿Adónde, a qué arrabales del desierto han pensado arrojar los
andenes del porvenir? ¿Allá tan lejos donde ya no se posan ni los
espantapájaros? Allá estarían tristes las estaciones con sus marquesinas y
desamparadas techumbres, tan abatidas como esas cloacas que nacieron de
espaldas a la ciudad.
El tren no pide de comer, pero aúlla de abandono y de
ausencias. Porque los trenes tienen hambre de nuestras nostalgias de otros
paraísos y auroras. Y allá en las lejanías sin sangre se encontrarían como
espectros entre las tumbas. Despoblados de nuestras quimeras y delirios, les
repito que se quedarían como se quedan los charcos en los campos del invierno.
¡No nos jodan entonces el bello cuento de los trenes que
penetran silbando en la médula de la ciudad! ¡No disparen contra las vías
cosidas en nuestra piel! ¡No nos estrangulen la alegría de las locomotoras
trotando sobre los puentes, las buhardillas y esos patios donde continúan
jugando los niños con sus trenes eléctricos!
Y si hay que gritar hasta que resuciten los trenes en el
corazón de la ciudad... nos trastornaremos a gritos. ¡Vuelva a traquetear por
nuestro barrio el tren aventurero de las tres de la madrugada! ¡Nunca esas
apartadas estaciones donde no se escuchan los aullidos de nuestra sangre
social! ¡Nunca vernos diciendo adiós en los andenes de las lejanías
antisociales!
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