Así que
todos necesitamos un cambio de estación, volver a las mañanas con sol de la
ciudad, del barrio y el pueblo que trabajan pájaros con sudor de primavera.
Ayer enterrábamos a duras penas la “salada sardina” del Libro de Buen amor, los carnavales del Reino Hundido de León son los mejores del Noroeste Atlántico, y hoy ya estamos preparando la celebración de la Mujer Internacional y Trabajadora, el cantar a sus palomas agazapadas en sus asambleas y su constante gritar contra las trampas de los machos sombríos y sórdidos del social-capitalismo. Por las albas de marzo navegan las ideologías de las revoluciones femeninas que dan sentido al mundo. Sin embargo las violencias de género por desgracia han sobrevivido a las literaturas iluminadas de Virginia Woolf y Clara Campoamor y Leonora Carrington y Simone de Beauvoir... Sin embargo los hombres con corazones de fango y de petróleo seguirán disparando contra las flores/mimosas como obuses que estallan en el frente de guerra de las revoluciones feministas.
Marzo es un
enjambre de colores artesanales que adelantan los robles hacia el sol. Pero
cuesta desprenderse del invierno, amigos, cuesta deshacerse de los mitos de la
puta bellísima y de la esclava del señor. ¿Hacia dónde se dirigen esos señoritos
por esas calles en sombra, esos señoritos que aún se tocan con sombrero de
fieltro gris y pañuelo de seda azul al cuello y siniestro bigotillo negro? Y es
posible que haya tantos como viviendas vacías hay en estas nuestras ciudades de
Poniente. ¿Acaso no veis el crepúsculo que las anuncia? Esas geometrías
invernales, qué escalofrío se siente cuando se para uno a contemplar la
congelación de sus aristas. ¿Para qué clase de muertos estaba destinada
semejante arquitectura? ¿Y cuándo ellas, todas las mujeres, construirán los
abismos donde arrojar tantos cabrones?
Eso nos
preguntábamos anteayer en la Taberna Errante disfrazados de peonzas. Y fue entonces cuando despertó de su borrachera el
banquero anarquista de Pessoa y dijo:
–La mujer es la calle,
y el hombre es el prado. Una calle es más poética que un prado, porque la calle
posee un secreto; una calle desemboca en algún sitio... Y un prado... un prado
no desemboca en ninguna parte.
Y apenas
terminó el anarquista de pronunciar esa sentencia de Chesterton en su lengua
aterciopelada, sombreada de vocales de musgo y fado, cuando comenzó a
extenderse por la taberna un escándalo de voces rostros súbitas mujeres
llamando a la insurrección general. Sonreímos los varones como cómplices, hasta
que por el ventanal de la Taberna Errante entró una pregunta amarga que se nos
ancló como un esturión en la conciencia: ¿Por dónde pasaban hoy las columnas de la Marcha de la Dignidad? ¿Por dónde las
mujeres y sus crepitaciones contra la explotación?
No hay comentarios:
Publicar un comentario