MORDIENDO EL FRÍO


     Entró en el bar más alegre del barrio un hombre que parecía un inca que parecía un fugitivo, uno de esos hispanoamericanos que aún se ven vagar por estas ciudades frías del Noroeste... Recordaréis que hubo pobres muy locos que se atrevieron a disfrazarse de sudamericanos y preguntar por el mundo de aquí cómo se podía adquirir el misterioso boleto que los transformase en trabajadores no ilegales.


    Entró el ecuatoriano en el bar y tal vez hubiera sido el asalariado más feliz de esta tierra si entonces le hubieran contratado para limpiar garajes. Un ecuatoriano legal por la avenida del Castillo era capaz de sentir los primeros síntomas de desequilibrio mental y aun así seguir caminando como quien pasea por el centro de Quito o Guayaquil bajo el sol de las cinco de la tarde con una chica de la mano que es su curandera. Un ecuatoriano legal en esta república nuestra de trabajadores en paro era un pobre escéptico con un pájaro amatista temblando en su interior.


    ¿De dónde podía haber salido este ecuatoriano tan real? Tal vez del oeste del páramo andino, o tal vez de Esmeraldas, una de las ciudades más pobres del norte de Ecuador. O quizá del pueblecito de Cotacachi, donde si otras lunas más espléndidas se hubieran asomado estaría ahora trabajando en las artesanías del cuero o de los ponchos. Ecuatoriano es una palabra muy rara, y después de tantos años apenas si sabemos algo de los emigrantes pobres de Ecuador, de Perú y todas esas naciones del otro mundo.


      Fuimos acercándonos y sobre la barra me contó entonces que allá en su república había mucho petróleo, mucho plátano, mucho café, muchas iguanas marinas fantaseando con los cisnes blancos de Europa... Y había también unos indios, los indios cayapas, que componían bellísimas palomas con alas de terciopelo que no vendían luego en los mercados. Pero que cada vez más chinos y tantos días llenos de catástrofes y violencia seminal y corrupciones gubernamentales que mal se podría uno imaginar. Y que la Unidad Plurinacional de las Izquierdas era una esperanza en la que le gustaría militar cuando regresase a su bohío...


     Tuvo Paúl Roberto que marcharse del bar urgentemente, y me dejó con las ganas de escuchar algo más de su amarga nación tan despellejada. Así que busqué y encontré luego en la biblioteca al ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, que me dijo “No es nada, no temas, es solamente América.” Y a Edwin Madrid, una de las voces más singulares de la poesía ecuatoriana actual, que abrió su libro de poemas Mordiendo el frío y me leyó “Puetas”: 

“En todos los países hay poetas que entran y salen de la casa de gobierno. Pero por fortuna también están los que visitan casas de putas y cantan a las putas”. 

    Bueno, es otra manera, más cínica, de escupir contra los corruptores legales que tanto nos joden, pana, me dijo.


(Ensamblajes de O. Viteri)

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