Estamos en
el atardecer del malecón de los Ilusos. Estamos aquí los idealistas, los
imaginativos, los quimeristas, los fantasiosos, los soñadores, los noveleros, los
utopistas, los indignados, los incautos...
Extraña es la sustancia que en este malecón nos
ha congregado: en realidad la luz del agua crepuscular nos importa tanto como
la decrepitud de las estaciones de tren o las cenizas que escarban las mujeres
en nuestras aldeas medievales. Y con sumo gozo hemos despedido a los barcos que
zarparon con los dolores que hasta ayer mismo nos jodieron. Y luego hemos
abierto nuestros brazos a la nieve que habrá de caer sobre la catedral de León y
el castillo del Temple de Ponferrada y el palacio Episcopal de Astorga y el
museo de la Alubia de la Bañeza... Cubiertas de nieve sus techumbres, no parecerán tan yermas
sus ciudades. ¿Quién dijo que la nieve ayuda a encontrar las ilusiones que se
pierden en las resacas del hastío?
Son formas
de la imaginación las brasas que nos unen a todos los ilusos, que nos empujan a
darnos la mano y a seguir resistiendo y contraatacando. Porque no ignoramos que
la crueldad del mundo ha recomenzado una vez más, y que sus demonios volverán a
embestirnos, los demonios de las viejas ideologías corruptas, los cabrones de
las economías políticas sanguinarias...
Y con ese
humor verde de raíces cúbicas, con esa alegría profunda de aventura mitológica,
hemos acogido en nuestro malecón a algunos desamparados y perdidos que pasaban...
Al vendedor de hielo, un barbudo de unos cuarenta y cinco años, oriundo de una
aldea en ruinas de la Cabrera ,
y al que habían atracado en el barrio de Flores del Sil cuando salía de un
tugurio abominable... Al soñador de la más moderna fábrica de palillos de dientes
que se podría levantar en Matallana de Torío o en Villafranca del Sueño, antiguo
oficial de policía y que no cesa de recitar “No hay nada tan hermoso como una
cerilla ardiendo en el pubis de mi enamorada”... A la defensora de abortistas y contadora
de tumbas sin nombre en los cementerios municipales del Noroeste Atlántico, mujer
de magia roja que nos ha contado la increíble historia de la muchacha que fuera
violada y obligada a parir en soledad y encontrada muerta en una cabaña de
pastores..., y sin una triste piedra que marque el sitio donde yacen sus huesos...
En realidad
los ilusos, aunque estemos llenos de psicopatías y liricopatías, nos
congregamos en los malecones del atardecer para matar a la derrota general. Y, al igual que los urogallos, ahí soñamos mirando al cielo la muerte de
los contrabandistas.
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