Poco a poco nos vamos todos reencontrando, paseando la ilusión por las calles del barrio. El barrio me abraza, tira de mí con la fuerza de la nostalgia...
Y allá en
las colinas están las uvas madurando. ¿Dónde habéis guardado las canciones de
septiembre?
Cuesta,
amigos, reinstalarse en la belleza de estos primeros días de septiembre.
Vayamos barriendo cuanto antes la hojarasca de agosto, esas furias sexuales y
ropas que tiritan en la noche como animalitos heridos. Que no se diga que en
nuestras gargantas hay miedo. Alegrémonos de continuar viviendo en esta tierra
que empieza en nuestra piel y se extiende hasta las cumbres de la cordillera y
el mar...
- ¿Y cuál fue tu viaje este verano, Morlito?
-¡Me llevaron a ver los cuatro puntos cardinales de la
provincia de León!
Así quemó
el verano Morlito. Y fue en un puerto del norte donde lo estrellaron. Pero se
le ve feliz paseando entre la gente subido a una de esas sillas de ruedas con
motor incorporado. ¿Y vosotros? ¿Dónde quemasteis las mañanas estivales que
llevabais atadas al corazón? Nada será ya lo que fue.
Discurre el
Sil con síntomas de padecer el alzheimer de los ríos. Voy paseando por una
alameda que muy pronto habrá de existir en Ponferrada -nada hay tan bello como
lo que no existe, decía Paul Valery. ¿Estáis preparados para afrontar la crisis
de septiembre? Regresarán los bosques ensangrentados y las carreteras
calcinadas, ah, la desolación de las quimeras industriales... Y es posible que
nos duela el mundo cada vez que despertemos frente al café del mediodía.
Pero no os
olvidéis de la hora luminosa de las manzanas de septiembre, de la palpitación
de las manzanas bajo el sol rabioso de las regeneraciones sociales. ¿Dónde
habéis guardado las subversivas canciones de septiembre?
Habrá sido
para vosotros -lo fue para mí- el verano como un exilio. ¡Y de qué ropajes os
habréis desvestido! Paseando esta tarde por el barrio entre la gente y las
palomas me pregunto también si queremos que llegue ya el otoño... ¿Y por qué
entonces? No sé, tal vez a fuerza de filosofías mercantilistas y morales
nórdicas nos hayamos convertido en hombres otoñales, amantes no de los ardores
abruptos y los ímpetus afrodisíacos del verano y sus ‘guerras’ dionisíacas,
sino de las melancolías y las extenuaciones íntimas del alma y los paisajes septentrionales,
de las brumas otoñales del Noroeste Atlántico...
No sé... Pero
ojalá que sirvan, amigos, estas palabras como material para fortalecer la casa
del misterio y la imaginación de septiembre.
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