Hay puestas de sol que se parecen al árbol mitológico del suicidio. Venid y contempladlas desde estas colinas en llamas del Noroeste.
Es la hora
de la vendimia y la recolección de las manzanas, y algunos piquetes de mineros
han vuelto a volcar cargas de carbón y a cortar carreteras... Los veo avanzando
con las manos abrasadas por la luz de nuestros frutos silvestres más
elementales. ¿Os imagináis un Noroeste sin explotaciones de carbón? Yo no quiero
imaginarme un Bierzo sin viñas, sin los pámpanos de la fertilidad y la
abundancia, sin estas vides que heredaron toda la literatura de aquellas que
brotaban en el bíblico Engadi del Cantar de los Cantares: “Como un racimo de alheña
en los viñedos de Engadi es para mí mi amado...”
Y sin
embargo vivimos a los pies de una de las centrales térmicas más contaminantes
del mundo. Por eso los pájaros crepusculares que duermen junto al Sil se
refugian al mediodía en las sombras de los supermercados. ¿Hemos de aplaudir
entonces la celebración de un congreso mundial sobre oxicombustión en la ciudad
del Temple? ¡Capturadores de dióxido de carbono! ¡Somos unos sentimentales! Por
eso nos quedamos mirando al cielo del atardecer con cara de filósofo ‘surresistencialista’,
mirando al cielo a ver si caen las pavesas de nuestra regeneración industrial y
cultural... También las manzanas alcanzan su plenitud cuando la tarde llega a
su fin. Solo que mi ciudad a veces ya no percibe la diferencia entre pureza y putrefacción.
¡Estas
puestas de sol como bahías por donde pasan trenes de carbón en llamas! Nos
deslumbran, nos dejan ciegos durante un buen rato, y es entonces cuando
oficiamos de arquitectos visionarios y construimos un aeropuerto en Ponferrada,
un aeropuerto como un eclipse de luna entre tanta porquería tecnológica, Ponferrada
aullando en la noche policial de los aeropuertos tenebrosos como una lúbrica
loba encinta, un escenario de nieblas, hélices y altas prostitutas oníricas
coqueteando por los barrios que van a morir en la bahía del Pajariel... Lenta
sería la luz del amanecer en ese ‘aeropuerto prohibido’, maestro Pereira. Se me
llenan los ojos de ceniza al vislumbrarlo... ¡Y la plaga de azafatas que nos pondrían
aun más locos!
Sí, hemos
perdido algunos kilogramos de felicidad. “¡Esto es una ruina, miamor! ¡Cada vez
se vende menos fruta!”, se me queja otra vez la frutera de mi barrio. Y me
regala una flamante manzana reineta, qué textura, qué curvaturas, la manzana,
la fruta más aristotélica del mundo, y uno de los pocos conceptos biológicos y
estéticos que aún dan sentido a la naturaleza occidental... Pero nosotros, ay,
nosotros no habitaremos siempre estas fértiles regiones.
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