LOS CEREZOS DEL MARQUÉS


      Se pasa la vida viajando por las ciudades más viejas de Europa y América, pero siempre vuelve a su casona del Bierzo por la primavera de abril. La nostalgia de su Quinta de los Cerezos acaba entonces derrotándolo y ahí tienen al tercer Marqués de Carracedelo paseándose bajo un rojo paraguas florentino entre sus vides y árboles, conmoviéndose ante tanta belleza.

-¡Mi quinta de cerezos es única! ¡No será la mejor, pero es única!


    Y descorcha una botella de oporto y brindamos por el reencuentro alzando las copas contra el caballito de sol que ha aparecido trotando por la bahía del Pajariel, Ponferrada al otro lado está bella a esas horas de la tarde. La última ciudad donde ha venteado sus ardores es Lisboa, pero qué triste se está poniendo Portugal, amigo mío, mais todavía. Y se le van cayendo al errabundo Marqués de Carracedelo palabras que gotean sufrimiento, dolor, indignación... Se oye el rumor de los cerezos, nos quedamos escuchando el clamor de los cerezos contra la gran farsa economicista del mundo.

-Si no nos rebelamos, acabaremos viviendo bajo un perpetuo eclipse de sol.

     Y el oporto acaba transportándonos a una reciente historia de revoluciones populares que podrían resurgir... A la mismísima Revolución de los Claveles, y entonamos aquel cantar de José Alfonso, Grândola, Vila Morena: Terra da fraternidade: O povo é quem mais ordena...


-Tengo esa canción pegada al paladar. Cada día la cantan más hombres y mujeres en las tabernas de Lisboa, en las plazas y rúas de todas las villas y ciudades del pobre Portugal. Una Revolución Ibérica, amigo mío... No es descabellado pensar una revolución ibérica con que reconquistar nuestro glorioso destino oceánico. Aquí en el sur, en el suroeste de Europa, donde las huestes trabajadoras cantan como el Atlántico. Y confederarnos luego con todos los países iberoamericanos, sin paraísos ni infiernos fiscales ni otras jodiendas neocapitalistas. ¡Ligados todos como estos cerezos al mismo pájaro primaveral!

    Podría ser, le digo, si supiéramos dibujar con precisión la armadura ideológica de ese subversivo pájaro primaveral. Y se me queda mirando con sus ojos llenos de euforia, frunciendo su bigote de bala perdida. No suelta su lengua en vano el iluminado Marqués de Carracedelo.

-¡Basta ya de bogar vida abajo! ¡Me asombra que el pueblo no haya salido aún a la calle y haya arrasado con todo!


    ¡El pueblo, ay, qué palabrazo tan demagógico! Igual que un cerezo en flor, qué pregunta más enorme. Pues trescientos sesenta y seis cerezos están floreciendo en su quinta y habrá que vendimiarlos y allá veremos cómo paga el kilo de cerezas el ínclito Marqués de Carracedelo.



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