En una de
esas viejas cantinas con los huesos ya hendidos y pensamientos proletarios por
el suelo, calle de los Exiliados, ahí pasa últimamente las primeras horas de la
noche. Vino a España con las dos manos limpias y el alma bien atada al
pantalón, y aquí en Ponferrada va viviendo como puede desde hace siete años.
Cuesta
entender a este hombre un poco esquivo, todavía el ritmo de su lengua rumana
domina sus nerviosas oraciones. Y cada cinco palabras suelta una blasfemia, un
rugido, una imprecación... ¡Pero cómo no va a sentirse un exiliado si lo
arrancaron de cuajo de su tierra!
De vez en
cuando le sale algún trabajo, hay trabajos sucios de los que vale más no
hablar. Cumplió los diecisiete años cuando ejecutaron, el día de Navidad del 89, a Nicolae Ceausescu... Y luego
estalló la
Revolución Rumana y hubo muchos hijos de puta que cambiaron
de chaqueta y corrompieron y descuartizaron el país. Su padre trabajaba de
factor de estación en una tranquila ciudad de la costa del Mar Negro, Rumanía
era entonces la cuarta red de ferrocarriles más grande de Europa. Y en esa bonita
ciudad situada a orillas del Danubio -Tulcea dice que se llama- querría que su
cráneo se pudriese.
Algunas tardes cierra los ojos frente al Sil que pasa bajo el puente del Centenario y entonces su nostalgia desemboca en el delta del Danubio.
Algunas tardes cierra los ojos frente al Sil que pasa bajo el puente del Centenario y entonces su nostalgia desemboca en el delta del Danubio.
Apuramos
los vasos de cerveza, intento extraerle el tipo de trabajos sucios con que se
gana aquí la vida, hay noches en que ni con tranquilizantes es capaz de
conciliar el sueño. Sin embargo asegura encontrarse bien en esta ciudad ajena, y
hasta es posible que acabe amándola.
De pronto se
le abre una sonrisa un tanto amarga. Y me señala con el dedo la fotografía de
María Dolores de Cospedal que viene en un diario. ¿Su primera chica era igual
que Dolores de Cospedal? Rubia, altiva, seria como una terraza... Ya se ha
muerto, me confiesa. Y lee muy despacio el pie de la fotografía: “Nuestros
votantes dejan de comer antes de no pagar la hipoteca”. Y quedamos riéndonos un
buen rato...
Y al
despedirme de este hombre exiliado del país de Tristan Tzara, recuerdo ese
pasaje que dejó escrito su compatriota Emil Cioran: “El mérito de España ha
consistido no sólo en haber cultivado lo excesivo y lo insensato, sino también
en haber demostrado que el vértigo es el clima normal del hombre. ¿Hay algo más
natural que la presencia de los místicos en ese pueblo que ha suprimido la
distancia entre el cielo y la tierra?”
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