Hay un bar en mi barrio en el que de tarde en tarde se
presencian vidas aparentemente felices. Parece entonces un bar lleno de nubes de
Magritte, se nos viste el alma de ron contra las llamas de la crisis puta.
El otro día era una pareja contra la barra escanciándose amor
de más de cuarenta grados. Ella no más de treinta años tendría, ojos con hambre
de islas con sol. Y de la boca de él salían de vez en cuando verdaderas hojas
verdes, hojas de los árboles que llevaba en su corazón, hojas como peces que ascendían
hasta el techo y descendían que era un gusto, cómo no quedarse mirándolos. Se
diría que estaban inventando con tanto ardor una geografía que podría en un
instante hacerse añicos. Ponferrada a esa hora tenía que estar bella. ¿No os
parece?
Ahí los dos en su mundo inexpugnable, encendido de caballos
que gemían, los dos bien atados dándole la espalda al discurso televisivo sobre
el bien de interés cultural que representan las corridas de toros, qué hostias,
y la misteriosa desaparición de doscientas o quinientas mil toneladas de carbón,
qué bestias, y los últimos suicidas por desahucio de vivienda, qué miseria, amor
mío. Y la mayoría de los parroquianos como terneros espectrales arrojando
espuma, murmurando qué vergüenza de país, qué mierda. Y miraban con miedo el camino
que les queda.
Son muy raras, cada día más raras, esas escenas de amor
contra la barra de un bar. ¿Os habéis preguntado por qué? Yo los contemplaba y a
veces me parecían dos ángeles supervivientes atacando con sus garras los
fantasmas de esta pesadumbre nacional. Y el río que traían en sus venas, y el
milagro que rugía en sus gargantas, y el mapa de azul y música que dibujaban
desde la cerveza hasta sus huesos. Hasta que al fin salió un borracho de la
esquina y comenzó a dispararles su plomo derretido. A punto estuvo de partirse
la nuca contra la barra. ¿Por qué ha crecido el número de borrachos a esas
horas de la tarde? ¿Por qué tanta gente ahora saca por sus ojos cólera? Y fue entonces
la derrota del cielo, amigos.
Y apenas salieron por la puerta, comenzó la parroquia a
destrozarlos. Que si ella ingería dosis masivas de barbitúricos, que si él
había sido un camello drogadicto, que si los habían visto fornicando en el
parque del Plantío, y que si ambos estaban al borde del desahucio.
-¿Al borde del desahucio?
-Sí, ya les han avisado de que si no pagan las deudas de la casa tendrán que irse a dormir a la puta calle.
Y al borde del suicidio podrían estar cuando esto escribo.
-¿Al borde del desahucio?
-Sí, ya les han avisado de que si no pagan las deudas de la casa tendrán que irse a dormir a la puta calle.
Y al borde del suicidio podrían estar cuando esto escribo.
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