LA MÚSICA DE LAS BICICLETAS


       Viven desde hace tres años en un apartamento del barrio de la Estación, y por la ventana de la salita pueden ver el Sil. Ella es auxiliar de enfermería en una clínica privada, y una fumadora compulsiva desde que sufrió su primer aborto. Él trabaja de camarero en un bar de carretera, y no suele llegar a casa antes de las dos de la mañana. Algunas noches ella le espera leyendo en el sillón del dormitorio: poesía que casi siempre aplaca su ansiedad: un vicio que cogió en la alocada adolescencia. Ha estado lloviendo toda la tarde y, cuando él regrese a casa con una botella de ron y un puñado de setas, ella podría decirle uno de los versos subrayados:

-Noviembre es una trepidación en los cimientos más débiles del sexo.


     Pero no llegará ese momento. Porque él se habrá caído en la cama muerto de cansancio. Y ella abrirá la ventana de la salita y ahí se quedará a escuchar la sirena del último barco que partirá del Pajariel. Hasta que el apartamento se inunde de peces y acordeones y fermente al fin en su boca un paisaje afrodisíaco. Entonces prenderá otro cigarrillo y, tras haber metido en la nevera esas setas tan grotescas que han brotado con las lluvias de noviembre, se sentirá tan aliviada, que tomará la determinación de no dormir.

-Me quedaré encendida toda la noche.


    Se servirá un cubata de ron, fumará un montón de cigarrillos oyendo graznar las gaviotas del alba, vislumbrando La música de las bicicletas que sonará en el teatro Bergidum la noche de este viernes. Y su sistema sentimental se alterará hasta tal punto, que se quedará ahí desnuda saltando como una medusa entre las arenas de la bahía, derramando su sal sobre los muebles y los libros, repitiendo versos que se le han quedado clavados en la garganta, “No me des tregua, no me perdones nunca/ hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves./ ¡No me dejes dormir, no me des paz!” Y pensando cosas como que la soledad en libertad es un caballito de mar que huye de los acantilados a pleno sol. Se creerá feliz enredada durante un par de horas entre las algas del ensueño. Si él se despertara y la oyese zumbar abeja alrededor de la salita, le diría entonces:

-¡Loca de atar! ¡Estás escandalizando a todo el barrio!


    Pero no se despertará. Y cuando a las siete parta el primer tren de la bahía, ella ya habrá amanecido de pie, con la sensación de haberse desprendido del otoño enfermo que la atormentaba. Y antes de salir de casa para ir a la clínica se habrá asomado al dormitorio para verlo dormir. Y le habrá dejado una nota escrita en la puerta del frigorífico:

            Esta noche llegaré tarde. 
             Concierto en el Bergidum 
               La música de las bicicletas.


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