JUAN GELMAN


         Hablar de un poeta y sus poemarios, qué osadía. Y más si el cantor se llama Juan Gelman, ochenta y dos años, nacido en Buenos Aires, hijo de judíos ucranianos que emigraron allá cuando la revolución bolchevique. Apenas un pibe y ya hundía la mano en su alma y sacaba astros y animalitos que pacían en su temblor.


       "Cuando hacés huelga de desastres caídos/ tu voz está en cuclillas/ y todo el barrio dice que llovés..." Fueron los primeros versos de Juan Gelman que yo escuché, después de una noche tremenda de verano, en Porto Alegre de Brasil. Y cómo sonaban en la boca musgosa de una mujer argentina y comunista. Veinte años ya de aquel espejismo. “Calaverean las distancias de tu periplo mudo/ vos/ la alzada del espejo...” Espumas de mar bravo que nos entraban por el ventanal impidieron que me leyese el poemario entero: Anunciaciones. ¡Qué borrachera de versos! Y los escandía como quien reparte gladiolos por el barrio para ganarse el sueño de su casa.


-Te placerá militar en el Partido Lírico de Juan Gelman-, me decía.

      Y fue contándome pedazos de su enorme biografía. De su militancia en El Pan Duro, grupo de poetas jóvenes comunistas que defendían durante la dictadura del general Aramburu una poesía comprometida y popular. De su encarcelamiento y su adhesión a la organización guerrillera Montoneros, y su coraje izquierdista en aquel su país desaparecido en una gorra militar. Y luego el exilio, y el secuestro y muerte de sus hijos... Una biografía perra.


      Me agarré entonces a su poesía y os juro que el pájaro que se queda ahí enramado no se desampara nunca. Lírica de barrio cocida de sufrimiento y universo, de sintaxis y semántica arrolladoras, desgarradoras hasta decir abismo. Y acaso lo más admirable en su poesía sea -Cortázar dixit- “su casi impensable ternura allí donde más se justificaría el paroxismo del rechazo y la denuncia, su invocación de tantas sombras desde una voz que sosiega y arrulla, una permanente caricia de palabras sobre tumbas ignotas”. Sus poemas rugen torrentes de amor y rabia sin bautizo y arrasan llantos. Son poemas que pasan con un monstruo que no deja dormir. Poemas de atrásalante en su porfía. Y su emperrado corazón que siempre amora.


    Así que será un placer saludar mañana a Juan Gelman, cuando el presidente del Club Leteo de León, el poeta Rafael Saravia, le entregue el prestigioso premio Leteo. Porque nos sentimos como él, esperanzados sin remedio, sabiendo que la utopía, aunque jamás se cumpla, aunque fracase, “deja una renovación y la idea imperiosa de retomarla.”


    Gracias, compañero Gelman, gracias por exaltarnos la nobleza y dignidad humanas en este tiempo de desesperación. Un grandísimo honor, viejo, tenerte entre nosotros.


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