Hay lugares
de los que no podrán desahuciarnos nunca. Aquí, a pocos pasos de la ciudad de
los Templarios, al otro lado del monte Pajariel, las geografías del encanto y
de las nieblas han construido uno de los espacios más prodigiosos del Noroeste
Atlántico: la bahía del Pajariel.
La bahía del Pajariel es un territorio como de cuento con
arenas vírgenes y aguas cristalinas perpetuamente azules. Y amanece tan real
cada mañana, que es imposible encontrarla en las guías de los lugares
imaginarios. Pero es preciso observarla con ojos de alma ilusa, pues al hacerlo
con otra mirada al instante se desvanecería. Su singular fisonomía ofrece un
excelente refugio contra las inclemencias políticas e ideológicas de cualquier tiempo.
Desde la bahía del Pajariel no es fácil distinguir los trenes de los barcos.
Sin embargo no hace falta que la envuelva la noche para percibir desde su
orilla las estrellas.
El camino que lleva hasta la bahía está sembrado de símbolos,
mas no es difícil descifrarlos. Yo transito ese camino casi todos los días. Y
la emoción que siento al pasear por sus aristas presumo que es la misma que
sienten los navegantes que desembarcan al amanecer en alguno de los puertos más
hermosos del mundo. No he hallado aún el adjetivo exacto para describir la luz
que al mediodía se desprende de sus aguas, pero puedo aseguraros que alrededor
de la bahía esparcen sus quejas y sus cantos unas cuarenta especies de aves,
sin contar las gaviotas pardas y las blancas. No se dan en su fondo marino ni los
corales ni los caballitos de mar, pero sí algunos invertebrados iridiscentes que
parecen esqueletos de duendecillos mitológicos. Y hay tardes en que el mar deja
sobre sus arenas restos de poemas metafísicos...
Es la bahía del Pajariel un lugar por el que se encuentran
personajes inquietantes: desahuciados del pensamiento político ortodoxo, nostálgicos
de las islas de Cabo Verde, indignados contra la barbarie del capitalismo
financiero, ecologistas consternados por la lujuria de los empresarios
turísticos, feministas en permanente estado de revolución, estafadores de
músicos, vagamundos, locos que se resisten a trocar su salvación económica en
esclavitud... Hace unos días me salió al paso uno de estos para declararme que
podría ser un dios si le enterrasen bajo la lluvia: le di dos euros y corrió
entonces como un demonio hacia las olas.
Y ocurren también hechos inexplicables. Ayer mismo fui a dar
un paseo por la bahía y bajo el brazo llevaba para leer frente al mar algunas
páginas de El siglo de Crémer, de Ernesto Escapa. Y cuando regresaba a casa, a
eso de las diez de la noche, advertí que
el libro que traía en mi mano era... ¡¡¡El Camino y otros pasos, de César
Gavela!!!
Maravilla de bahía es la del Pajariel, un lugar del que no
podrán desahuciarnos nunca. Os seguiré contando.
Todo un placer leerte!
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